Con cierta frecuencia nos enteramos de la queja de los campesinos por la presencia de osos o pumas en sus predios o el asalto de venados que rumian sus cultivos.
Hemos escuchado noticias de osos y cóndores asesinados o envenenados. En muchos casos estos hechos parecen distantes, muy alejados de la realidad citadina y, en apariencia, sin ninguna relación con nuestra condición humana.
Alexander von Humboldt, el explorador alemán que vivió entre 1769 y 1859, ya lo había anticipado en sus investigaciones en diferentes partes del mundo: somos un sistema interconectado, estamos unidos de una u otra forma a otras especies y a otros ecosistemas. Dependemos los unos de los otros, nos debilitamos y nos hacemos vulnerables si alguno se ve amenazado o desaparece.
Esta es una realidad que cada año se exhibe con mayor crudeza, tanto que varios institutos de investigación dedican parte de su tiempo a inventariar a aquellas especies que no volveremos a ver. A comienzos de 2021, por ejemplo, la revista Scientific American, citada en un artículo de Catorce 6, publicó un informe sobre la desaparición de ranas, plantas, mantis, peces e incluso ácaros.
Las principales causas de este tipo de fenómenos, según los expertos, están vinculadas a la deforestación, la pérdida de hábitats naturales, la presencia de especies invasoras, las enfermedades, las alteraciones climáticas, la expansión urbana y la ampliación de la frontera agrícola, entre otras.
Recientemente en Colombia se advirtió sobre el riesgo de extinción en que se encuentra el cóndor andino, ave emblemática de la nación. A los pocos días, en El Cerrito (Santander), se informó sobre la muerte por envenenamiento de tres de estos ejemplares.
A este contexto se suma el reporte entregado ayer 8 de julio por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente titulado ‘Un futuro para todos: la necesidad de la coexistencia entre humanos y vida silvestre’.
En el documento se describe que “los conflictos entre las personas y los animales son una de las principales amenazas para la supervivencia a largo plazo de algunas de las especies más emblemáticas del mundo, como los elefantes errantes de China que ingresan en granjas en busca de comida y agua, o los lobos que se alimentan del ganado en Idaho, Estados Unidos”.
Agrega que “los altercados con los animales a menudo llevan a las personas a matarlos en defensa propia, de forma preventiva o a modo de represalia, lo que puede conducir a la extinción de especies”.
Las cifras son alarmantes: A nivel mundial la matanza relacionada con los conflictos hombre – fauna afecta a más de 75% de las especies de felinos silvestres, a muchas otras especies de carnívoros terrestres y marinos, como los osos polares y las focas monje del Mediterráneo, y a grandes herbívoros como los elefantes.
Margaret Kinnaird, líder mundial de prácticas de vida silvestre en WWF International, sostuvo que las poblaciones mundiales de vida silvestre han caído en promedio 68% desde 1970.
Este conflicto impacta tanto a las comunidades como a la naturaleza. En muchos casos la actuación de animales silvestres en busca de comida, en sectores intervenidos para el establecimiento de poblaciones o proyectos productivos como agricultura y ganadería, “afecta los ingresos de los agricultores, pastores, pescadores artesanales y pueblos indígenas, en particular los que viven en la pobreza”.
Otras especies en peligro por esta tormentosa relación son las aves, las abejas y algunos insectos amenazados por la pérdida boscosa y el uso de agroquímicos. De su supervivencia depende la polinización de las plantas y la producción de alimentos.
Tanto WWF como la ONU han documentado la competencia de poblaciones rurales con los animales por las fuentes de agua en varias regiones del mundo.
A pesar del lamentable panorama, en el reporte de estas organizaciones se plantea la posibilidad de erradicar por completo el conflicto entre los humanos y la vida silvestre a partir de enfoques bien planificados e integrados que incluyen prevención, mitigación, respuesta, investigación y monitoreo,” todo respaldado por un fuerte apoyo político y la participación de las comunidades”.
El informe concluye que reducir el conflicto entre humanos y vida silvestre permitirá generar oportunidades y beneficios, “no solo para la biodiversidad y las comunidades afectadas, sino también para la sociedad, el desarrollo sostenible, la producción y la economía mundial en general”.