En Chiscas, una población campesina ubicada al nororiente de Boyacá, en Colombia, saben que la temperatura subirá un grado centígrado en los próximos 10 años.
En esta localidad, alejada de Bogotá unos 400 kilómetros, se habla de adaptación y mitigación al cambio climático. Estos no son conceptos extraños para quienes habitan las veredas de este municipio que tiene alturas de entre los 1.800 y los 4.600 metros sobre el nivel del mar. Muchos de ellos conocieron las nieves perpetuas en los picos de Sierritas y Nievecitas y hoy relatan cómo estas han desaparecido por el incremento de las temperaturas.
El 60 por ciento del territorio de Chiscas se sitúa en área de páramo y una porción importante de este hace parte del Parque Natural El Cocuy, un área protegida del orden nacional que alcanza las 306 mil hectáreas. Como toda región de páramo, las temperaturas son bajas, sin embargo, Luis María Mora, un ganadero de la vereda Las Cañas, ha visto como los días soleados son más frecuentes y la luminosidad solar es más intensa.
Él lo ha percibido por las dificultades que ha tenido el ganado normando que cría en su finca. La presencia de insectos como la garrapata y el mosco, y en algunos casos enfermedades en la piel, han menguado su hato y lo han obligado a buscar alternativas frente a las nuevas condiciones del ambiente.
Una de ellas es la introducción de razas de ganado de clima cálido. Como la temperatura ha aumentado, los ganaderos de la región tuvieron que acudir a bovinos más resistentes como el cebú o el gyr y en esa transición contaron con el apoyo del gobierno local. Por instrucciones del alcalde Javier Suescún Cárdenas, la Unidad de Asistencia Técnica del municipio puso en marcha un proyecto que incluye inseminación artificial y transferencia de embriones para obtener crías puras.
Wilmer Mejía León, responsable de la implementación de este programa, explicó que las plagas que atacan al ganado criollo limitan su adecuado desarrollo y afectan la economía rural que depende en un alto porcentaje de la producción de carne y de leche. Sostuvo que con esta iniciativa de ganadería adaptativa se pretende sentar las bases para que los criaderos sigan siendo competitivos a pesar de los cambios de temperatura.
Estos cruces entre Gyr, Cebú y Normando han permitido que durante los últimos tres años se tengan registros de 200 nacimientos por inseminación artificial y de 14 nuevas crías por transferencia de embriones.
Javier Suescún Cárdenas, el alcalde de Chiscas, explicó que junto a los cruces y a las razas incorporadas se implementó una estrategia de restauración ecológica con varios propósitos: el primero que se puedan recuperar zonas afectadas por la deforestación, conformar corredores biológicos y conectar áreas de bosque; y el segundo que con la siembra de especies como el tilo se pueda controlar la erosión provocada por el viento y reducir la emisión de gas metano proveniente del comportamiento intestinal de los vacunos.
El tilo, que se planta como una cerca viva a la orilla de los potreros, es apetecido por el ganado. Su consumo es altamente digestivo lo que incide en la reducción de este gas, uno de los mayores activadores del calentamiento global. A la fecha se han plantado alrededor de 22 mil plántulas de tilo en las parcelas de Chiscas.
A pesar de que Chiscas tiene apenas el 0,4 por ciento de la población de Boyacá, estimada en un millón 200 mil habitantes, su empeño por reducir la generación de desechos lo destaca hoy como modelo en la región y en el país en materia de sostenibilidad, condición que le ha merecido el reconocimiento del Departamento Nacional de Planeación.
A través de una campaña de separación en la fuente de elementos reciclables y del procesamiento de los residuos orgánicos, que incluyó la entrega de los recipientes para que las familias los depositaran allí, Chiscas logró pasar de 190 toneladas de basura anuales en 2016, enviadas al relleno sanitario de Sogamoso (a 196 kilómetros de distancia), a 70 toneladas en 12 meses.
De acuerdo con los cálculos de las autoridades locales, apoyados en datos de investigaciones académicas realizadas por estudiantes de la UPTC, la universidad pública de Boyacá, la disminución de desechos está incidiendo de manera directa en las emisiones de gas metano. Los cómputos son los siguientes: en 2016 los desechos de Chiscas producían 538 metros cúbicos de gas metano, y con el descenso del material inservible, gracias a la clasificación en la fuente, este gas decreció a 130 metros cúbicos al año.
Gustavo Pérez Alfonso es el responsable de recoger los residuos orgánicos, llevarlos a un predio de la vereda Aposentos y darles el tratamiento necesario para que puedan ser reutilizados como abono. Gustavo calcula que se recuperan de 700 a 800 kilogramos semanales y aunque acepta que es poco, califica como muy importante el aporte que se hace para mitigar los impactos del calentamiento de la tierra.
La intensidad solar también se ha visto reflejada en la agricultura. Daniel Cerinza heredó de sus padres el gusto por labrar la tierra. Sus familiares, como la mayoría de habitantes de la región, abandonaron las semillas tradicionales por otras más comerciales y productivas. El mercado impone las condiciones, no importa la tradición.
Sin embargo, y ante la aparición de nuevas plagas que atacaron los racimos de papas como consecuencia del incremento de la temperatura, y las pérdidas anuales que tal fenómeno ocasionaba, se vieron en la obligación de acudir de nuevo a las semillas nativas, que a pesar de su resistencia al estrés del clima estaban olvidadas en viejos costales o como objetos exóticos en los laboratorios de investigación.
Y fue precisamente a partir de un convenio entre la UPTC y la Alcaldía de Chiscas que llegaron a este poblado 17 variedades de papa ancestral, algunas procedentes de Nariño. Daniel Cerinza las cultiva en su finca con el propósito de ayudar en su propagación. Durante el recorrido por la parcela mencionó algunos de sus particulares nombres: ratona negra, ratona morada y perrilla.
La meta es traer las 40 variedades que los investigadores tienen identificadas y de esa manera asegurar la subsistencia alimentaria y económica de las familias del municipio.
Edualdo Molina vive con su esposa Ana Jején en una casa de tablas de la vereda Rechíniga, de Chiscas. La economía de su hogar está soportada en la agricultura, la ganadería y la guianza.
Edualdo participó junto a otras 22 personas de un curso de armado e instalación de plantas de energía solar en el marco de un programa promovido por la Alcaldía en alianza con el Servicio Nacional de Aprendizaje y su programa SENA Emprende Rural que permitió, con una inversión de 20 millones de pesos, dotar de sistemas fotovoltaicos a 11 familias que residen en Pantanohondo, Casiano y Las Golondrinas.
Aunque Edualdo no logró acceder a las plantas entregadas por el municipio, porque los recursos solo alcanzaron para los primeros que se inscribieron, y tuvo que adquirir la suya por su cuenta con una inversión de dos millones de pesos, aproximadamente, destaca que es una alternativa muy importante para quienes residen en sectores distantes de los centros urbanos.
Gracias a la energía solar, en su casa puede contar con ciertas comodidades sin tener que pagar una factura mensual: tres bombillos, una licuadora, un televisor y una plancha. Esta energía renovable le permite además energizar el cercado de su ganado.
El tema de la energía del sol está medido en las cuentas que tiene el alcalde Javier Suescún. Además de los paneles solares que prestan servicio en varias casas campesinas, en el parque principal fueron adecuadas otras 11 unidades que capturan los rayos del astro rey.
Su operación evita el consumo de 36 mil kilovatios al año en energías convencionales y la emisión de 15 toneladas de CO2.
Lo que está ocurriendo en Chiscas es producto de un esfuerzo conjunto entre la administración local y la comunidad. Lo están haciendo con sus propios recursos pues el apoyo nacional y departamental es intermitente.