La contaminación, el ruido y el estrés estaban volviendo loco a Mario Bernal Cepeda. Aunque nació en Viracachá, Boyacá, desde muy joven decidió que en Bogotá echaría raíces. Allí conformó a su familia y se dedicó al negocio del transporte. Durante más de 20 años condujo un bus de servicio público por las congestionadas y cada vez más caóticas vías capitalinas.

Un buen día la adrenalina alcanzó su punto más alto y un episodio que comprometió el ritmo de su corazón lo llevó a tomar la decisión de regresar a sus orígenes. Se bajó del bus, entregó las llaves y emprendió el camino de regreso a la vereda Icarina, de Viracachá, en donde está ubicada su casa materna. De niño recorrió estos caminos y rodó por los pastizales, hoy, con un poco más de 60 años, se le ve recordando sus primeros paseos.

Hace una década, cuando salió huyendo del frenético ritmo bogotano, su mamá enfermó y en ese momento entendió que su misión era retornar al campo. Con el paso de los días se vinculó a la Asociación de Productores de Leche de Viracachá donde comprendió la importancia que tienen los árboles en la captura de CO2, ese gas que hace que la tierra se caliente.

Vereda Pueblo Viejo de Viracachá, Boyacá. Foto: Daniel Rebellón.
    

Acompañado por la Asociación y la Corporación Autónoma Regional de Chivor (Corpochivor) destinó varios de sus potreros a la siembra de aliso y de otras especies nativas como parte de un proyecto que buscaba impulsar la armónica convivencia entre la ganadería y el bosque.

Durante tres años retiró el ganado de varias de sus cuadras con el propósito de asegurar que los arbustos pudieran crecer y desarrollarse adecuadamente, y al cabo de ese tiempo las vacas, los toros y los terneros empezaron a cohabitar con los alisos.

De la mano de Asolecheros y de Corpochivor aprendió a preparar un fungicida natural para controlar las plagas que atacan los pastos, esto le permitió reducir el uso de agroquímicos y tener su consciencia tranquila.

Sus días son más apacibles, su salud y la de su tierra han mejorado. Mario Bernal sabe que desde su finca en Viracachá le está prestando un valioso servicio al planeta.

    

Frutales que ayudan a la tierra

Los antepasados tienen una deuda con la naturaleza y José Israel Silva Caro está tratando de remediarla. En su parcela de Viracachá comenzó con la siembra de durazno, ciruela, pera y manzana a fin de recuperar la estructura ecológica de los potreros y ofrecer alimento las aves que hacen presencia en esta región del suroriente de Boyacá

No es experto en temas de cambio climático, sin embargo, ha concluido que como los días ahora son más calientes, el suelo es menos productivo, el agua es más escasa y las enfermedades que impactan sus labranzas son más frecuentes. Antes se dedicaba al cultivo de papa pero este dejó de ser rentable y la situación económica se vio seriamente lesionada.

A raíz de la crisis concluyó que lo mejor era centrar sus esfuerzos en la ganadería y a partir de las instrucciones de la Asociación de Lecheros y de Corpochivor vislumbró que era posible producir alimento para sus animales sin talar el bosque. José Israel siembra pasto de corte y avena forrajera entre los árboles y los frutales y cuando tienen el tiempo apropiado los corta, los ensila y los almacena para mantener a sus reses en el verano. Los arbustos de frutas y las leguminosas ayudan además en la fijación de nitrógeno en el suelo.

Su empeño ha dado resultado. La vegetación es exuberante. Con el cultivo del durazno, la manzana y la ciruela las aves ha encontrado una nueva fuente de nutrición y la cría del ganado dejó de ser un problema para el ecosistema.

Contrario a la tradición ganadera de Boyacá, y de muchas regiones del país, José Israel está empecinado que aumentar la masa forestal de esta zona de la provincia de Márquez, que hace parte del complejo de páramo Mamapacha – Bijagual. Su meta es extender una gran cerca viva de alisos, eugenias, tunos y mortiños y que haya más frutas para compartirlas con los pájaros. Así lo tiene decidido.

    

superlecheros

Yanina Nemeguen Camacho es una mujer orgullosa. Es la representante legal de la Asociación de Lecheros de Viracachá y desde la vereda Pueblo Viejo que le vio crecer enumera detalladamente cada una de las actividades que su organización realiza para que la producción de leche sea sostenible.

La Asociación nació en 2014 y agremia a 32 productores que están dispersos en los 68 kilómetros cuadrados del municipio. Desde su creación previeron acciones para bajar costos y aprender a vivir con las variaciones del clima y su efecto sobre la calidad de las praderas y la aparición de insectos que traen consigo enfermedades.

“De alguna manera tenemos que devolverle a la naturaleza lo que le quitamos con la explotación ganadera”, explica Yanina mientras ascendemos una pendiente en busca de un ternero recién parido.

Conscientes de la necesidad de disminuir el impacto de la ganadería en las características del suelo y la oferta forestal, la comunidad de lecheros acordó otras prácticas que permiten la convivencia de su principal actividad económica con el páramo y las microcuencas de la región de las que hacen parte, entre otras, las quebradas Honda y El Chuscal.



Una de ellas tiene que ver con la fertilización orgánica de los pastos que ha permitido erradicar el uso de agroquímicos como el Lorban, tradicionalmente usado para combatir el chinche. Su utilización se constituía en una amenaza por su alto nivel de toxicidad. En su lugar aprendieron a producir super 4, una preparación a base de estiércol fresco de vacuno, agua, zinc, boro, magnesio, cobre, cal y melaza. El super 4 actúa además en el control de los hongos.

Yanina y sus compañeros de la Asociación lo han comprobado. Aseguran que por su condición de fertilizante orgánico, el super 4 no genera residuos peligrosos al medio ambiente, no le hace daño a los animales y su leche responde a las exigencias en materia de calidad e inocuidad.

Una investigación realizada por expertos de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC) evaluó el potencial de los caldos rizósfera y súper 4 como biofertilizantes para la sostenibilidad del cultivo de cebolla de bulbo.

Su indagación les permitió observar que cada caldo contiene una gran variedad de nutrimentos esenciales para la nutrición equilibrada de la planta. El análisis microbiológico los llevó además a establecer que cada caldo representa una fuente muy importante de microorganismos benéficos, especialmente el caldo rizósfera por su mayor población de hongos y de bacterias totales, fijadoras de nitrógeno molecular (N2) y solubilizadoras de fósforo.

Una actividad complementaria es la adecuación de cercas vivas. En los potreros se ven los arrayanes frondosos y aunque muchos están jóvenes ya extienden sus ramas para proteger al suelo y a los animales de las altas temperaturas que en verano alcanzan los 34 grados centígrados. En invierno las madrugadas son muy heladas, casi a menos de dos grados.

La radiación solar y el frío intenso reducen los niveles energéticos de los animales e inciden negativamente en la producción leche y carne, y la presencia de los árboles ayuda significativamente a evitar que esto suceda.

Un dato de la ONU refuerza esta convicción de la comunidad. Según el organismo mundial, la protección y mejora de los bosques es una de las formas más rentables de luchar contra el calentamiento global. Estos actúan como sumideros de carbono y absorben aproximadamente 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono cada año.

El sueño de Yanina es que sus hijos y las nuevas generaciones se enamoren de la tierra, la cuiden y la protejan. Su anhelo es que los árboles que ha sembrado ayuden a disminuir el calentamiento que hoy amenaza nuestra subsistencia.