Con sus propios recursos habitantes de zonas rurales de Boyacá emprendieron proyectos de adaptación para enfrentar las variaciones del clima y asegurar la subsistencia de sus familias.
A José Israel Silva, Nubia Carmenza Alarcón, Javier Suescún y Martha Granados los une el amor por el campo, y aunque no se conocen entre sí, los cuatro son protagonistas de esta historia de preservación de la tierra y de resistencia ante los efectos que están provocando en sus formas de vida y en sus cultivos unas temperaturas cambiantes y cada vez más imprevisibles.
José Israel Silva, de Viracachá, le apostó al frutisilvopastoreo, una técnica que permite la convivencia de la ganadería con los frutales y los árboles nativos.
Nubia Carmenza Alarcón y un grupo de valientes mujeres y hombres de la cuenca del Lago de Tota lideran una pequeña rebelión en contra del monocultivo de cebolla y del uso excesivo de agroquímicos que contaminan sus aguas.
Javier Suescún Cárdenas motivó a sus paisanos de Chiscas a emprender proyectos de ganadería, agricultura y energía sostenible. Él es consciente de que en los próximos 10 años la temperatura en su municipio aumentará en un grado y por eso entiende que es urgente adoptar medidas para afrontar esta nueva realidad.
Martha Granados comprendió que la rotación de cultivos ayuda al suelo a mantener sus propiedades y a neutralizar el cambio climático.
Los cuatro son una muestra del empeño local por resistir las devastadoras consecuencias del calentamiento global en un departamento altamente vulnerable.
En este especial, realizado en alianza con CONNECTAS, con el apoyo del Programa Regional de Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina de la Fundación Konrad Adenauer (EKLA-KAS), presentaremos más relatos de esfuerzos locales por la preservación del planeta.
Boyacá es uno de los 32 departamentos de Colombia. Está ubicado en la zona centro oriental del país, sobre la cordillera de los Andes, y en su territorio se localiza el 17,8 por ciento de los páramos nacionales según el Atlas de Páramo, un documento elaborado y actualizado por el Instituto de Investigaciones Biológicas Alexander von Humboldt.
“En los Andes de Colombia hay 2.906.132 hectáreas de páramo distribuidas en 14 complejos”.
Los páramos, situados a alturas de entre los 3.000 y los 4.800 metros sobre el nivel del mar, son ecosistemas fundamentales en el proceso de regulación de las corrientes de agua de las que se abastecen muchas especies, incluida la humana.
El agua que se retiene en los páramos desciende lentamente a través de pequeños riachuelos y se filtra en el subsuelo para formar grandes depósitos que progresivamente llegan hasta ríos y quebradas, y de allí a los acueductos de los pueblos y ciudades del país.
Este líquido vital tiende a disminuir. La crisis del clima producto del calentamiento global está cambiando los regímenes de lluvias; además, está generando mayores niveles de evapotranspiración. Esto tiene severas consecuencias para el bienestar de las poblaciones.
El panorama de Boyacá no es halagüeño. El Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam) estima que entre 2011 y 2040 la temperatura promedio en Boyacá aumentará en 0.8 grados centígrados.
Los datos de la autoridad meteorológica advierten además que entre 2041 y 2070 el incremento será de 1,6 grados y que para el final del siglo esta podría aumentar en 2,4 grados.
Además del calentamiento que se experimentará en el departamento, el comportamiento de las lluvias será notorio. En algunas provincias como Centro, Oriente y Márquez se prevé un aumento de las precipitaciones de entre un 20 y un 40 por ciento, acelerando los riesgos de inundaciones, deslizamientos y avalanchas.
En otras zonas como la provincia de Neira, al sur de Boyacá, el Ideam prevé una reducción del 10 al 20 por ciento en el comportamiento de las lluvias, situación que provocará afectaciones directas en la actividad agropecuaria.
En general – señala la Tercera Comunicación de Cambio Climático - los páramos y coberturas nivales estarán sometidos a estrés térmico y la biodiversidad asociada podrá verse afectada por desplazamientos altitudinales.
Estos efectos ya son evidentes en regiones como Chiscas, un municipio que dista 230 kilómetros de Tunja, la capital de Boyacá; y 369 kilómetros de la ciudad de Bogotá, principal centro político y administrativo de Colombia.
Chiscas tiene el 60 por ciento de su territorio en zona de páramo, y por ende se le asocia con temperaturas bajas, sin embargo, las condiciones han cambiado en la última década. En tiempo de invierno las heladas son más intensas y en época de verano la luminosidad solar es mayor.
Esta transformación del clima ha provocado cambios en el territorio. Hace aproximadamente 15 años las nieves de las montañas empezaron a desaparecer y esta nueva realidad obligó a los pobladores a emprender medidas para garantizar su supervivencia.
Una situación similar se vive en otras localidades como Aquitania, Monguí, Mongua, Tópaga y Viracachá, poblados que se caracterizan por su proximidad con áreas de importancia ambiental como páramos, bosques y humedales. Allí también avanzan iniciativas locales para enfrentar los trastornos climáticos.
El calentamiento global y las variaciones del clima están minando a las ‘fábricas del agua’. Así se les conoce a los páramos. Su capacidad para contener la humedad y atrapar el agua lluvia se ha menoscabado. A pesar de ello, una investigación de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC) y de Corpoboyacá titulada ‘Suelos de los páramos de Boyacá’ busca establecer la capacidad de estos ecosistemas en la captura de carbono.
Aunque los páramos están padeciendo directamente y de manera acelerada el cambio del clima, situación agravada por el daño que genera el desarrollo de actividades ganaderas, agrícolas y mineras, el equipo que lidera este estudio logró definir la línea base del potencial que tienen los páramos para la captura de CO2, uno de los principales gases de efecto invernadero.
Además alertó sobre la urgencia de adoptar medidas de conservación, manejo y protección de los páramos en Boyacá. De ahí la importancia que tienen los proyectos de reconversión agropecuaria liderados por asociaciones de campesinos que han decidido dar el primer paso.
Su empeño y la decisión de quedarse donde siempre han vivido, pero a partir de prácticas amigables con el ambiente, riñe con quienes consideran que los ecosistemas deberían mantenerse prístinos o con quienes desde la otra orilla argumentan que debería reversarse la delimitación de los páramos. Lo cierto es que la Ley 1930 de 2018 o Ley de Páramos está vigente y que allí se plantean acciones de reconversión y de sustitución de actividades que no sean coherentes con los servicios ambientales que estos prestan. El debate sigue sobre la mesa.
Juan Neira, economista boyacense, doctor en ciencias económicas y experto en sostenibilidad y economía ecológica y ambiental, señala que Colombia aporta el 0,37 por ciento de las emisiones globales de CO2, una cifra reducida si se compara con la que producen los países industrializados.
El académico asegura que regiones como Boyacá deben centrarse en la prevención del riesgo para preparar al territorio y a las comunidades frente a eventos inesperados como fuertes lluvias, sequías e incendios forestales. Neira considera que por mucho que se haga en Boyacá por revertir los impactos del cambio climático es muy poco el efecto que se puede lograr a nivel global.
Para enfrentar los cambios a nivel local, reclamó una acción articulada de las instituciones estatales para trabajar en modelos próximos al desarrollo sostenible, promover comportamientos ambientales mínimamente decentes y asegurar que el progreso se fundamente en criterios básicos de ecología.