Por el rescate de las semillas nativas

María de los Ángeles y Teófila de Jesús Rodríguez Velandia emprendieron hace varios años una lucha por el rescate de las semillas tradicionales, las que cultivaban sus abuelos y sus padres en la vereda Tunjuelo, del municipio de Mongua, una población boyacense que tiene el 46,82% de su territorio en jurisdicción del complejo paramuno de Tota – Bijagual – Mamapacha.

Las hermanas Rodríguez, menudas y atentas, de rasgos delicados y manos estropeadas por el trabajo del campo, recuerdan que su papá practicaba la labranza mínima, que no quemaba el rastrojo y que sembraba sin hacerle daño al páramo. En su parcela familiar se producían papas de diversas variedades como limona, bijagua, Ana María y tocana, también se plantaban rubas de varios colores, ibias, nabos, cebada y trigo centeno.

Un buen día, de hace muchos años, sus padres dejaron estas semillas porque alguien les dijo que había otras más productivas, más competitivas en los mercados nacionales, y como eran socios de la Caja Agraria los técnicos de la entidad financiera empezaron a traerles las nuevas simientes.

En el predio familiar comenzó a cultivarse la papa puracé, una papa que en palabras de las hermanas Rodríguez no eran buenas ni resistentes a las plagas, lo que llevó a que se tuvieran que utilizar pesticidas para combatirlas. Esa papa fue reemplazada por otra llamada parda que en opinión de los técnicos era más provechosa.

A sus padres los ilusionaron con la primavera silenciosa y con el tiempo se fueron dando cuenta de que no era la mejor opción. Con sus semillas nativas no tenían que utilizar fungicidas, eran más resistentes a las enfermedades y si estas aparecían se preparaba un caldo natural para controlarlas. No se contaminaba la tierra ni el aire ni el agua.

Hace 30 años María de los Ángeles y Teófila dejaron Tunjuelo para radicarse en el centro de Mongua. Allí adecuaron una parcela para su propia alimentación y se dieron a la tarea de recuperar las semillas de sus antepasados. Lenteja, quinua, frijol, maíz, ruba, ibia, nabo y papa es lo que germina del suelo fértil del invernadero que ellas tienen acondicionado en su casa.

Las Rodríguez Velandia integran la Asociación Huerto Alto Andino, una organización comunitaria que vincula a familias campesinas comprometidas con la producción limpia de alimentos. Esta asociación hace parte del programa Montañas Vivas, iniciativa promovida por la ONG Swissaid que desde 1983 hace presencia en Colombia. Además de Huerto Alto Andino otras cuatro organizaciones campesinas de Mongua y Gámeza conforman este programa en Boyacá.

    

Cuando Swissaid llegó a la zona en 2011 por invitación de organizaciones de la sociedad civil, se concentró en trabajar con asociaciones que estuvieran ubicadas de manera estratégica en el cordón de páramos del oriente de Boyacá y específicamente aquellas que se localizaran en torno al Parque Regional Siscunsí - Ocetá que comprende los municipios de Aquitania, Gámeza, Mongua, Monguí y Sogamoso.

Así lo explicó Marco Rubén García, coordinador de proyectos de Swissaid en Boyacá. García dijo que con las asociaciones Huerto Alto Andino y TDS, que agrupan a 160 familias de Mongua, se empezó mirar la cuenca como una unidad de análisis y de planeación y se encontró que había una conectividad entre los ríos Leonera y Saza, que compartían una cuenca y que se relacionaban además con el río Chicamocha, la principal arteria hídrica del centro de Boyacá.



Esta mirada regional permitió vincular a tres asociaciones campesinas de Gámeza: Asociación de Productores de Gámeza (Asoprogam), el acueducto de Daita y la Asociación para el Desarrollo de la Familia de Gámeza (Asogámeza). De esta manera los integrantes de las cinco organizaciones sociales han tenido la oportunidad de reflexionar sobre las formas de relacionarse con el páramo presente en el Parque Regional Natural Siscunsí – Ocetá, el páramo de Pisba y la Unidad Biogeográfica del río Cravo Sur que comunica a Boyacá con el vecino departamento de Casanare.

Rubén García explicó que los modelos de trabajo sostenible que se están ejecutando con las comunidades rurales permitirá garantizar la presencia de los campesinos en ecosistemas estratégicos como los páramos, importantes amortiguadores del cambio climático.

Un modelo que se reproduce

En Mongua y Gámeza las huertas que producen comida limpia empiezan a propagarse. Leonor Pérez vive en el sector San Ignacio de la vereda Tunjuelo. Es madre cabeza de familia, tiene tres hijos y su trabajo consiste en asegurarse que las semillas de lechuga, zanahoria, cilantro y repollo que crecen en el vivero, a casi 3 mil metros de altura, germinen adecuadamente.

Todas las mañanas las revisa, retira las hojas que estén achiladas y les suministra agua limpia. Su casa fue privilegiada por la naturaleza con un nacimiento que le permite llevar riego por aspersión al sembrado.

Junto a la comida que progresa generosa, Leonor también tiene la costumbre de sembrar árboles y frente a esta práctica su argumento es contundente: “en el verano me sirven para el sombrío de los animales y para la leña; en el invierno para escampar y protegernos de las heladas. El tiempo ha cambiado mucho, las heladas son ahora más fuertes y el sol calienta muy duro”.

    

Leonor hace parte de la Asociación TDS que agremia a campesinos de las veredas Tunjuelo, Dinta y San Ignacio y de ella también hace parte Estela Pinto quien desde su casa está aprendiendo a cultivar con abonos orgánicos para enfrentar los cambios del clima. Se han empeñado en cuidar las fuentes de agua a través de jornadas de reforestación, de cercado y de un adecuado manejo de los desechos.

Doña Estela y su esposo, José Isaac González Niño, también crían ovejas en esta zona del páramo. Son conscientes de que allí nace el agua para muchas comunidades y a partir del programa Montañas Vivas han entendido el funcionamiento de la cuenca y los servicios ambientales que presta.

Y aunque los rebaños de ovejas son responsables del deterioro de la vegetación de este tipo de ecosistemas, José Isaac logró adaptarse al reto de la conservación a partir del control de sus animales. Estos permanecen vigilados en el día y en establos en la noche para que no causen daño y su presencia sea sostenible.



Estas comunidades han vivido de lo que el páramo produce y Juan de Jesús Pinto, vecino de Isaac y Estela, lo agradece mirando al cielo. Acá se siente como en el paraíso. Respira aire limpio, bebe agua pura y camina sin restricciones. En el páramo lo tiene todo, qué más le puede pedir a la vida.

Juan de Jesús sabe que el proceso de delimitación de páramos emprendido por el gobierno de Colombia impone algunas restricciones a la agricultura y a la ganadería tradicional, a pesar de ello confiesa que no teme a las nuevas normas pues en este rinconcito de Boyacá su familia sabe convivir con la vegetación y los nacimientos de agua. De ellos obtienen la alimentación y los medios para subsistir.

    

Un mercado responsable

Hombres y mujeres hacen parte de las asociaciones que producen comida a partir de los principios de la agroecología. Martha Lucia Granados, de Huerto Alto Andino, tiene en la vereda Centro, sector El Tintal de Mongua, una parcela modelo.

Como parte de un emprendimiento familiar, adecuó un tanque artesanal para la recolección de agua lluvia que le permite realizar riego por microaspersión en su sembrado. Con este sistema ha logrado hacer un uso racional del agua, especialmente en tiempo de verano. De la mano de Swissaid, los integrantes de las asociaciones aprendieron a hacer biopreparados para alistar la tierra y controlar la presencia de plagas e insectos.

Antes de la siembra hacen un caldo bordelés que contiene cal y sulfato de cobre que ayuda a restringir los hongos. Después, cuando las semillas brotan, mezclan desechos que se generan en la finca como estiércol de ganado, de conejo y de cabra, hierbas amargas, manzanilla, cola de caballo, orines de lombriz, tabaco, ají, ajos y jabón rey. Todo esto aleja de manera natural las plagas y asegura el bienestar del alimento que plantan.

    

Además de sembrar limpio implementaron la rotación de cultivos que le propicia buena salud al suelo. El cultivo de papa, por ejemplo, se alterna con maíz, frijol y arveja. Esta técnica asegura que la tierra esté sana, que sea cada vez más productiva y que lo que sale de la huerta sea apetecido por los compradores.

Así lo ha podido evidenciar Elsa María Castro Neita, integrante de la Asociación Huerto Alto Andino y coordinadora del comité de comercialización. Los clientes de otras ciudades como Sogamoso, Duitama y Tunja han ido en aumento lo que representa ingresos para las mujeres que son quienes más tiempo dedican a la actividad. El mercado no es amplio, pero es selecto. Vértice y Clandestino son dos marcas de Tunja y Bogotá que apetecen lo que ellas cosechan y les pagan a precios justos.

Dubian Giraldo, asesor agroecológico de la Asociación, explicó que este no es un mercado común pues la estrategia implementada ha conducido a reducir la brecha entre productores y consumidores. Todo empieza desde la planeación de los cultivos. Se prevé la demanda y se organizan las labranzas de acuerdo con los ciclos productivos de cada planta. Lo primero es asegurar la alimentación de las familias productoras y luego lo que se destina a los compradores.

El precio de lo que se vende no lo impone ni el intermediario ni las dinámicas del mercado. Con Vértice y Clandestino se hace un acuerdo comercial al iniciar cada año, se pacta un valor de acuerdo con los costos de producción, y este se mantiene inmodificable por ese periodo de tiempo. Es un gana-gana para el ambiente, para las familias comprometidas con su conservación y para quien valora la calidad de lo que se cultiva con cariño.

    

Un programa que adapta y mitiga

El trabajo de las cinco asociaciones que están acompañadas por el programa Montañas Vivas centra sus esfuerzos en adaptar la producción rural a la variabilidad climática y la preservación del páramo. Quienes hacen parte de este esfuerzo entienden que el ecosistema realiza funciones vitales en la regulación del flujo hídrico, ayuda al mantenimiento de la vida y su suelo tiene propiedades excepcionales para la captura de carbono.

Ana María Novoa Cruz, asesora ambiental del programa, explicó que el actuar de las asociaciones trasciende lo local y que la población campesina tiene hoy una mirada integral del territorio de la cuenca a partir de una visión de género en la que hombres y mujeres, en igualdad de condiciones, han asumido el liderazgo en diferentes frentes.

Un liderazgo que a pesar del empeño a veces riñe con la opinión de quienes consideran que en el páramo no debería permitirse ningún tipo de actividad productiva, pero que es armónico con lo que determinó la Ley 1930 de 2018, conocida como la Ley de Páramos, en referencia a la posibilidad de emprender proyectos de reconversión y sustitución de aquellas que no puedan ser compatibles con el cuidado del agua y de la vegetación.

Las asociaciones de Mongua y Gámeza realizan sus actividades a partir de varias estrategias de desarrollo sostenible que incluyen labores agroecológicas y pecuarias amigables con el ambiente, y de conservación de las corrientes de agua que circulan por las cuencas de los ríos Leonera y Saza.

Ana María se declara optimista. Asegura que los habitantes de esta región comprenden que las acciones de mitigación frente al cambio climático están directamente relacionadas con la conservación del páramo. La esperanza de estas comunidades es que los gobernantes también lo entiendan y orienten las políticas de estado en la misma dirección.