Fuente: Pesquisa Javeriana
Carlos Rivera-Rondón – Director del Departamento de Biología de la Pontificia Universidad Javeriana
Durante las últimas décadas hemos causado cambios profundos en ríos, humedales y lagos. Muchos de ellos están motivados por nuestra necesidad de aprovisionamiento de agua para consumo, agricultura y ganadería, pero también, para vivir más seguros. Como consecuencia de nuestra falta de previsión, poblamos la zona cercana a ríos y esto ha traído la necesidad de controlar las inundaciones en las riberas.
Las modificaciones que hemos realizado no son triviales, hemos secado humedales, movido el drenaje de agua de su cuenca natural a otra distinta y sobre todo, nos hemos esforzado en contener los ríos a unos cauces, cada vez más profundos y más regulados. Paradójicamente, como consecuencia de nuestro afán por controlar las crecientes de ríos y de secar humedales han aparecido ecosistemas que antes no existían ¿Qué debemos hacer con estos ecosistemas nuevos? ¿Nos brindan bienestar y servicios ambientales?
Un ecosistema nuevo es un conjunto de componentes biológicos y entorno físico, resultado de la alteración intencional o no, de las poblaciones humanas, que cruzan los umbrales ecológicos existentes. El ecosistema resultante también es autosuficiente respecto a su composición de especies, estructura, biogeoquímica y servicios ecosistémicos.
Tal vez la característica clave de un ecosistema nuevo es un cambio en la composición de especies en relación con los ecosistemas presentes en el mismo bioma antes de cruzar este umbral, es decir antes de esta nueva trayectoria.
Para entender qué son estas trayectorias, tenemos que pensar cómo sería nuestra vida si hubiésemos tomado decisiones distintas. Algunas de estas decisiones parecen irreversibles, por ejemplo haber o no estudiado una carrera profesional, tener o no tener hijos, habernos mudado o no a otra ciudad. Estas decisiones generaron unas trayectorias en nuestra vida que no podemos cambiar, son momentos clave que decidieron toda una línea temporal distinta, nuestro destino.
Estas potenciales líneas temporales son análogas a las trayectorias de los humedales. En términos de los ecosistemas, construir una carretera sobre un humedal, diseñar una nueva vía férrea o algo más común en el ámbito de los ríos, como es profundizar sus cauces y construir diques, de manera inverosímil, han permitido la aparición de nuevos humedales, algo que no esperábamos.
La teoría de los nuevos ecosistemas brinda un marco conceptual para estos nuevos entornos, que aparecen, como algo no esperado, pero que son autosuficientes y nos brindan servicios ambientales necesarios.
Los nuevos humedales proveen un entorno que acepta a las especies que se están perdiendo, una oportunidad para que las aves que migran pasen un par de días de descanso en paisajes altamente intervenidos, un espacio donde especies con hábitats en declive puedan mantener poblaciones de supervivencia.
Un par de ejemplos más concretos nos puede mostrar la importancia de estos nuevos humedales. Cuando se construyen las carreteras, se suele levantar la bancada para evitar que durante los periodos de lluvias se inunde. Adicionalmente, se construyen un par de canales paralelos a lo largo de la carretera. El mantenimiento de estos canales es costoso y solo se revisan cuando hay problemas. Estos canales terminan almacenando agua y pronto, las plantas acuáticas comienzan a colonizarlos.
El resultado final es que se crea un nuevo ecosistema, nuevos humedales a lo largo de las carreteras, en los cuales las especies acuáticas que se están perdiendo en una región, encuentran un refugio. En algunos países se empiezan a valorar estos ambientes, por su mantenimiento de la diversidad y todo lo que implica en una región y a escala global.
Cuando viajamos por carreteras, muy pocos nos fijamos que a lado y lado hemos construido nuevos ecosistemas.
Otro ejemplo, que en el futuro probablemente será más importante, es la emergencia de nuevos humedales en la cuenca media del río Bogotá. Durante los últimos años (de manera equivocada) se ha tratado de evitar que el río desborde sobre sus planos inundables. La solución ha implicado quitar curvas, hacer que el río fluya recto, aumentar la altura de los diques y profundizar el cauce mediante dragados.
Todo esto hace parte de una aproximación desde la ingeniería civil clásica que no reconoce en el río un ecosistema que requiere sus planos inundables para respirar y para ayudarnos en la descontaminación de sus aguas. Los resultados parecen funcionar: respecto a las inundaciones del 2010, parece que hemos logrado domar el río.
No obstante, la construcción de estos diques genera una reducción de la conectividad del río con las cuencas más pequeñas, y como consecuencia las lluvias locales no tienen cómo llegar al río. Si bien los grandes ríos drenan hacia el río Bogotá, las lluvias que caen en gran parte de las zonas rurales se encuentran con un muro, un gran dique.
De manera inesperada hemos logrado que nazcan nuevos humedales. El agua se represa del lado opuesto del dique. A favor del nuevo ecosistema: ya no recibe las aguas contaminadas del río Bogotá. En contra del nuevo ecosistema: probablemente será un humedal estacional que depende de las lluvias. Ante la inevitable pérdida del pulso de inundación de los antiguos humedales, los nuevos ecosistemas, constituyen reservorios inesperados de la diversidad regional.
Estos nuevos humedales emergen para recordarnos que controlar el pulso de la naturaleza es una tarea compleja y que tiene consecuencias. No podemos desconocer estos nuevos ecosistemas y urge una legislación que promueva su conservación, su sostenibilidad, los servicios ecosistémicos que inesperadamente nos brindan, nos ayudan a contener algunos de los impactos que estamos causando.
Es cierto que la teoría de los nuevos ecosistemas, puede ser una trampa para la conservación. Algún colega muy listillo puede decir que al final, la madre tierra encuentra un camino para resolver nuestros impactos y que podríamos seguir afectando los ecosistemas naturales. No obstante, más bien, deberíamos pensar que el planeta nos da una oportunidad para no perder más de nuestros ecosistemas. Debemos darle valor a estos nuevos humedales, pero también debemos esforzarnos en conservar los que aún mantienen gran parte de su funcionalidad.