El planeta atraviesa un momento crítico frente a la crisis climática. El pasado 25 de septiembre, el diario El País de España publicó un editorial en el que advirtió que la humanidad enfrenta una cadena de fenómenos extremos cada vez más frecuentes e intensos: olas de calor sofocantes, sequías prolongadas, lluvias torrenciales, huracanes más destructivos e incendios forestales de dimensiones nunca vistas.
La voz de alerta coincide con un dato histórico: 2024 fue el año más caluroso jamás registrado y, por primera vez, la temperatura global superó los 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. Este umbral es precisamente el límite que, en 2015, los 194 gobiernos reunidos en la Cumbre de París se comprometieron a no rebasar, incluidos los mayores emisores de gases de efecto invernadero.
“El objetivo se hace cada vez más difícil”, señala el editorial, que recoge las discusiones de la más reciente reunión de los Estados miembros de la ONU dedicada al clima. En la última década, cada año ha sido más cálido que el anterior, confirmando que los compromisos asumidos hasta ahora no son suficientes para frenar el calentamiento.
Impactos visibles y resistencias políticas
Las consecuencias de la crisis son tangibles: inundaciones que arrasan comunidades enteras, incendios que consumen millones de hectáreas, pérdidas agrícolas masivas e islas que desaparecen lentamente bajo el mar. Sin embargo, – y en esto hace énfasis el editorial de El País – la respuesta internacional sigue estancada por intereses políticos y económicos.
Estados Unidos, el segundo mayor contaminador del planeta, se ha retirado en dos ocasiones del Acuerdo de París durante los gobiernos de Donald Trump, debilitando la acción multilateral. La Unión Europea, por su parte, aún no logra concretar un plan de reducción de emisiones con la ambición que la ciencia exige.
En muchos países emergentes persiste la convicción de que los combustibles fósiles son una fuente natural de riqueza. Brasil y la República Democrática del Congo, por ejemplo, han apostado por proyectos de explotación petrolera a gran escala, pese a las advertencias sobre su impacto ambiental.
China, entre la presión y la oportunidad
No obstante, no todo es pesimismo. China, el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero, sorprendió en la ONU al presentar por primera vez un calendario de reducción de emisiones. El plan, que contempla recortes de entre un 7% y un 10% hacia 2035, resulta insuficiente para cumplir con el Acuerdo de París, pero refleja un giro estratégico: Pekín busca mostrarse como un referente en energías limpias y lidera ya la industria de renovables y de automóviles eléctricos.
“Lo limpio es competitivo”, recordó António Guterres, secretario general de la ONU, al destacar que la transición energética no debe verse como una amenaza sino como una oportunidad de crecimiento económico.
La falta de ambición de los países más contaminantes y la presión de sectores económicos ligados al carbón, el petróleo y el gas retrasan las soluciones. Sin embargo, la ventana de acción aún existe.
Tal como subraya El País, se requiere una respuesta política valiente y decidida, capaz de traducir compromisos en acciones concretas que frenen la escalada climática y aseguren un futuro habitable.