Lucila Barrera hace parte de ese grupo de personas. Ella depende económicamente de la producción de cebolla en rama. Aunque sus cultivos no son tan extensos, se diferencian de las grandes plantaciones que dominan el paisaje.
Ella hace parte de Asoparcela, una asociación que se conformó en 2012 con el propósito de producir comida limpia. Aunque cultivar y cosechar son conceptos que deberían estar relacionados con la inocuidad, en el caso de la cebolla y de otros productos que germinan en suelo boyacense la carga contaminante que reciben es alta.
Doña Lucila describe que todo comenzó en una reunión convocada por la Corporación Autónoma Regional de Boyacá (Corpoboyacá) la autoridad ambiental de la región. Allí se les habló de buenas prácticas agrícolas y de la opción de introducir abonos orgánicos para fertilizar el suelo y controlar las plagas. La propuesta estaba dirigida a todos los cultivadores de la zona, sin embargo, solo unos pocos la acogieron.
De ese primer encuentro surgió Asoparcela que agremia a cultivadores de cebolla larga y otras hortalizas en producción más limpia que hoy tiene 46 agricultores inscritos, 20 de ellos activos.
Aunque es un gremio relativamente joven, Lucila Barrera destaca que ella y algunos de sus compañeros hicieron parte de un proceso anterior, de hace casi 20 años, en el que de la mano del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), y posteriormente del Corpoica, participaron de una investigación sobre sanidad de la cebolla e implantación de nuevos clones para mejorar las características del producto.
El resultado de esta búsqueda fue la obtención de una semilla que respondió a criterios de resistencia a plagas y de adecuada presentación del fruto. Esta cebolla fue acogida por el mercado gracias a particularidades como el tamaño, el grosor, el picante y su jugosidad.
Una semilla de calidad necesitaba de un suelo generoso que la acogiera. Ese fue el comienzo de este esfuerzo de transformación que incluyó varias fases: descontaminación de la tierra a partir de técnicas de agroecología, utilización de abonos orgánicos, uso racional del agua y control de plagas con insumos de baja toxicidad.
En algunas parcelas se acude a sustancias comerciales y en otras se confía en la alelopatía, una técnica natural que se fundamenta en la siembra de plantas aromáticas y medicinales que por sus propiedades son eficaces para contrarrestar enfermedades en los cultivos.
Lucila Barrera asegura que desde su nacimiento Asoparcela se ha empeñado en que el cultivo de cebolla y de papa no genere impacto a las fuentes de agua que llegan hasta el Lago de Tota. La Asociación ha promovido entre sus afiliados todas las recomendaciones de los expertos en materia de buenas prácticas agrícolas y con ello se ha contrarrestado el excesivo uso de agroquímicos que aún persiste en buena parte de las parcelas de esta cuenca.
Este aporte es valioso, sin duda, sin embargo, el mercado es implacable. Los intermediarios y el consumidor final desprecian las bondades de la producción limpia. El precio que pagan por el kilo de cebolla cultivada con abonos orgánicos es similar y en algunos casos inferior al de aquella a la que se le aplican abonos industriales.
Para muchos la producción limpia es un dilema. Su persistencia está soportada en valores como la responsabilidad con el ambiente y el compromiso con la salud y el bienestar de sus compradores. Su anhelo es que los clientes aumenten y que entre todos puedan regresarle el equilibrio a una cuenca que como la del Lago de Tota ha sido generosa pero seriamente vilipendiada.