Josué Rincón García, gerente de la finca Corazón.

Cultivar sin agroquímicos sí es posible, es un acto de conciencia

Inspirados en esta premisa, en la Finca Corazón de Arcabuco se implementó un modelo de producción agropecuaria que no contamina.

Lo primero que logró cosechar la familia Rincón García fueron rábanos. 

Josué Rincón recuerda esos primeros esfuerzos por plantar alimentos en el predio adquirido hace 10 años en la vereda Alcaparros, de Arcabuco (Boyacá). Fueron días difíciles. Para su propio sustento se habían propuesto sembrar de manera orgánica, sin químicos, verduras, frutas y tubérculos de diversas variedades. 

Aunque tenían conocimientos agrícolas, el piso térmico de esta zona de la provincia de Ricaurte era muy diferente al del Cesar, de donde son oriundos, o el de Santander, departamento en el que vivieron durante algún tiempo. 

Empezar a cultivar en Arcabuco como parte de un proyecto familiar centrado en la idea de ser autosuficientes y de abandonar la dependencia de los mercados tradicionales, muchos de ellos afectados por el excesivo uso de agroquímicos y de aguas contaminadas, era una aventura casi mesiánica.     

Todo inició cuando la abuela Ana experimentó quebrantos de salud que comprometieron su sistema inmunológico. La seriedad de sus complicaciones los llevó a recurrir a la medicina alternativa y a través de ella entendieron que la mayor parte de los alimentos tienen preservantes nocivos para el cuerpo. La opción era producir su propia comida y darle un giro radical a su estilo de vida. 

A partir de ese momento emprendieron la búsqueda de un terreno libre de la influencia de agrotóxicos y con buena provisión de agua, y lo encontraron en la vereda Alcaparros. Allí predomina la vegetación de bosque alto andino en buen estado de conservación con el roble como la especie más representativa.  

Durante nuestro recorrido por un sendero señalizado y adecuadamente demarcado para el desplazamiento seguro de los visitantes, Josué nos cuenta que cuando adquirieron el predio encontraron evidencia de pastoreo de ganado en algunos sectores, a pesar de ello el área boscosa estaba bien cuidada y se propusieron mantenerla y restaurar aquellos parches que requerían una atención especial. 

Junto al roble y otras especies nativas esenciales para la firmeza del suelo, la retención de agua, la captura de C02 y la supervivencia de otros seres vivos, la familia y algunos vecinos establecieron parcelas distribuidas en el contorno de la finca. 

A lo largo del sendero se ven huertos adecuadamente delineados de guatila, perejil, cebolla, zucchini, rúgula, repollo, kale, ruibarbo, yacón y calabaza, y junto a ellos guayabas, moras, lulos y curubas. Además de esta diversidad de frutos que crecen generosamente en la finca Corazón, se aprecian abutilones, girasoles y otras flores esenciales para las aves y las abejas, y algunas que los humanos podemos comer en ensaladas e infusiones.   

Para tener esta exuberancia de cultivos debieron hacer sacrificios, tolerar que algunas semillas eran adictas a los fertilizantes comerciales, experimentar con especies de una y otra variedad, apreciar el declive de las que no se adaptaban y el progreso de las más resistentes. 

Fue una labor de mucho tiempo, de preparar el suelo, de esperar el resultado de la siguiente cosecha. Al final, describe Josué, la tierra terminó domesticándose, las verduras de climas un poco más cálidos se adaptaron a las condiciones del entorno y produjeron simientes que dan vida a nuevos alimentos. No hubo necesidad de acudir a abonos ni fertilizantes químicos, “hemos sido fieles a nuestra convicción de cultivar de manera orgánica”, insiste nuestro guía en este recorrido por la finca Corazón. 

A pesar del modelo de huertas que han diseñado, de su convivencia pacífica con el bosque y de su aporte a la regeneración del ecosistema, Josué no considera que él, su familia y sus colaboradores haya hecho algo extraordinario. “Es un tema de consciencia y de responsabilidad”, asegura, y complementa: “simplemente sientes que haces lo que debe hacerse” por el bienestar del planeta, por tener una mejor calidad de vida y por generar un beneficio colectivo.

Una experiencia sostenible

Las lechugas, zanahorias, tomates y todo lo que germina en la finca Corazón es utilizado para alimentar a quienes han ayudado a consolidar este proyecto, y al creciente número de compradores que acuden a buscar los productos allí cosechados.

Aunque su producción es pequeña, en comparación con otros procesos de tipo agroindustrial, desde estas sementeras se despacha un variado surtido de verduras, frutas, plantas aromáticas, miel y huevos que se envían a domicilio desde Arcabuco hacia varios destinos nacionales. 

Esta rica oferta de artículos motivó a la creación de un emprendimiento surgido en 2011 bajo el nombre de Orgánicos Villa Aurora (OVA) desde el cual se comercializan alimentos en verde y otros transformados como jengibre, cúrcuma, flores deshidratadas y endulzante de yacón, además de infusiones, cosméticos y pomadas, por solo mencionar algunos. 

Glamping en la finca Corazón, de Arcabuco. Foto: archivo particular.

Junto a esta oferta proveniente de lo que da la tierra, la finca Corazón ofrece un servicio de hospedaje tipo glamping como una forma de compartir el privilegio de tener contacto directo con la naturaleza. 

Son muchas las satisfacciones alcanzadas, y una de ellas es haber obtenido el reconocimiento como negocio verde entregado por Corpoboyacá  un aval que destaca a la Finca Corazón y su servicio de glamping como una propuesta sostenible. 

Orgánicos Villa Aurora (OVA) va por el mismo camino, en el corto tiempo espera alcanzar esa misma distinción.    

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