Por Germán García Barrera
Jenny habla con dificultad, está agitada, lleva un buen rato caminando sobre el suelo incinerado, sobre el infierno. Han pasado pocas horas desde el momento en que por fin logró ser extinguido un incendio forestal que consumió una vasta zona del páramo La Cortadera del cual Jenny es vecina y doliente.
Este trozo de páramo hace parte del Parque Regional Natural La Cortadera distribuido entre los municipios de Siachoque, Toca, Pesca, Rondón y Tuta, en Boyacá, y se extiende por 16.508 hectáreas. Pese a su condición de área protegida, es un espacio natural vulnerable y expuesto a la intervención humana, al fuego y a la permanente desarticulación de las entidades responsables de cuidarlo.
La fatiga de Jenny viene acompañada de indignación. En un video publicado por la oenegé Cumbres Blancas en su perfil de Instagram, esta mujer robusta, de unos 35 años y ataviada con una gorra roja, para protegerse del sol; blusa azul, pantalón de sudadera y botas de caucho, se detiene a mirar con desazón el desastre. Todo a su alrededor está calcinado.
Jenny habla del impacto de la temporada seca, de la escasez de agua para los cultivos de la parte baja y del daño provocado por las plantaciones de papa establecidas a hurtadillas en la parte alta.
“La gente no toma conciencia de eso, mire donde vienen sembrando, qué sacan con romper los frailejones”, dice con la furia que genera la impotencia, y enfila sus baterías hacia quienes provocaron la quema. Aunque no se refiere a nadie en específico, los califica de “gentes malechoras” que le prendieron candela al páramo “y todos somos los perjudicados, mire a los venados que cruzaron, qué hacen esos pobres animales”.
Su dolor es compartido por quienes como ella hicieron parte de una improvisada brigada comunitaria para abatir el fuego que comenzó el 19 de enero y que en cuatro días devoró un poco más de mil hectáreas, según las autoridades. Los campesinos calculan un número mayor, unas mil quinientas.
Jenny dice que su esfuerzo no fue respaldado oportunamente. Aunque la ministra de Ambiente, Susana Muhamad González, reportó el control de la emergencia el martes 21 de enero, gracias a la intervención de un avión AT 802, la comunidad asegura que llegó tarde y reclama por mayor prontitud en la respuesta institucional, su lentitud es una constante y las entidades encargadas lo atribuyen al protocolo establecido.
El primer respondiente, argumentan, es el alcalde y su comité de gestión del riesgo; si un incendio como este se les sale de control deben pedir el apoyo a la gobernación, y si el evento los desborda debe actuar el gobierno nacional con todas sus fuerzas y unidades de apoyo. En ese trámite burocrático de papeleo, envío de evidencias y llamadas insistentes se desperdicia un tiempo valioso para una actuación oportuna.
El vertiginoso poder devastador de la candela deja en evidencia la parsimonia oficial y Jenny lo resume en una frase demoledora: “Que los presidentes y gobernadores no vengan solo cuando necesitan los votos”.
En esta ocasión quien dio respuesta al reclamo fue el gobernador encargado de Boyacá, Germán Aranguren Amaya. El funcionario detalló las directrices impartidas y los apoyos logrados para asegurar la presencia de unidades de Bomberos, del Ejército Nacional, de la Policía y de los cuerpos de socorro. También la gestión ante el gobierno nacional para el envío de ayuda especializada dada la gravedad de la situación.
Así como July, Aranguren experimentó la desazón al percatarse que la respuesta nacional estaba supeditada a limitaiones de tiempo y de agendamiento de los aviones cisterna con agua y sustancias retardantes. El 20 de enero, al final de la tarde, cuando recibió el aval, las aeronaves ya no tenían autorización para despegar hacia la zona, según el reglamento de operación no les está permitido hacerlo después de las 6 de la tarde.
Bomberos a la fuerza
El arribo desesperadamente tardío de las unidades de gestión del riesgo del orden nacional es insoportable. Es como si no tuvieran la capacidad para enfrentar a la amenazante incandescencia y prefirieran llegar raudos con sus flashes a aplastar la ceniza humeante.
Esa es la percepción de campesinos como Jenny y de personas como Yober Arias, director de Cumbres Blancas, una organización no gubernamental que apoyó a la comunidad en el control de la devastadora quema.
Cumbres Blancas es una ong internacional dedicada a la protección de ecosistemas de alta montaña con presencia en Ecuador, Venezuela, Chile, Perú y Colombia. Su propósito, así lo describe Arias, es llamar la atención sobre el derretimiento de glaciares y el deterioro de los páramos.
Respecto a la ocurrencia de incendios forestales en ecosistemas tan sensibles, Yober Arias pone sobre la mesa información relevante que contrasta entre sí.
Recuerda que Boyacá es líder en áreas paramunas y en especies de frailejón, junto a Santander, sin embargo, también encabeza la estadística de ser uno de los departamentos más golpeados por las conflagraciones en las altas montañas, seguido de Nariño.
El vocero de Cumbres Blancas reflexiona sobre los incendios forestales en la zona andina y aunque no son eventos novedosos, si advierte el incremento de su frecuencia e intensidad atizados por el aumento de las temperaturas, las incuestionables transformaciones en bosques y páramos, y el apetito voraz de quienes buscan acaparar tierras para cultivos y ganado.
Desde la oenegé han sido testigos de la preocupación de los campesinos por el impacto de las llamas sobre las fuentes de agua y la fauna silvestre, los han visto batirse contra las flamas, exponer su integridad con sus limitados recursos, y lamentarse después por la desolación del paisaje.
Y aunque Yober reconoce que han mejorado las acciones públicas de gestión del riesgo sostiene que siguen siendo lentas. El incendio en La Cortadera se denunció el domingo 19 y las avionetas llegaron dos días después pese a las estimaciones sobre su progresiva evolución, aunque los actores locales valoran el apoyo de los organismos de socorro y de la fuerza púbica.
Conviene decir que La Cortadera no es un potrero cualquiera, su suelo y su vegetación son determinantes en el proceso de regulación hídrica y de esa dinámica depende el agua para cientos de habitantes de la región.
Cumbres Blancas trabaja desde hace cuatro años en proyectos de restauración y conservación en varios departamentos del país y a partir de esa labor se creó una red de viveros especializados en alta montaña y otra de vigías ambientales. Esa forma de articulación con pobladores rurales permitió inicialmente el envío de alertas a través de WhatsApp, sin embargo, ante la frecuencia de las alarmas decidieron pedir ayuda.
Acudieron a empresas y a ciudadanos para recibir donaciones en dinero o en elementos para el control de los incendios. Con lo recaudado adquirieron batefuegos, rastrillos, machetes, azadones, palas, cascos, chalecos reflectivos, pitos, guantes de carnaza, botiquines y sopladoras, y se los entregaron a los brigadistas campesinos. De los aportes se han beneficiado voluntarios de páramos como Siscunsí – Ocetá y La Cortadera y otros de Nariño y Cundinamarca.
“Apagar incendios en páramos no es sencillo”, aseguró Yober Arias, y consideró importante que las instituciones vinculen a las comunidades a programas de capacitación, en estrategias conjuntas de control de este tipo de emergencias y los doten con equipos adecuados para evitar en el futuro daños irreversibles. El equilibrio ambiental está en juego, y la oportuna prevención debe imponerse sobre la tramitología oficial.