Sabaneta, municipio del Valle de Aburrá, en el departamento de Antioquia. Foto: El Colombiano.

El municipio más pequeño de Colombia y el ejemplo de un ordenamiento insostenible

Sabaneta (Antioquia) padece un desarrollo urbanístico que impacta el equilibrio natural de su territorio.

Dale play para sumergirte en esta historia mientras lees y escuchas los sonidos de Sabaneta.

“Yo no sé por qué me quedo acá, pero es que yo siento que este es mi lugar de toda la vida, yo pa’ dónde más me voy a ir, yo ya no me veo en otro lado”, le dijo un habitante de Sabaneta de 63 años, residente en la Loma de los Henaos  a Vanessa Navarro, una socióloga y activista en defensa del territorio para su tesis de grado de maestría en estudios socioespaciales.

Vanessa hace su mejor esfuerzo para mantener vivo el recuerdo de esa Sabaneta rural, campesina, familiar y próxima que con el paso de los años y la expansión urbana se ha transformado aceleradamente. Desde los cinco años habita este municipio antioqueño situado al sur del Valle de Aburrá, una subregión de la que hacen parte ciudades como Medellín, Bello, Envigado, Itagüí, La Estrella, Caldas, Copacabana, Giradota y Barbosa, y tiene como eje articulador el río Medellín.

La Sabaneta, como prefiere nombrarla Vanessa en referencia a su condición de una sabana de limitada extensión, es la urbe más pequeña de Colombia, tiene una superficie de 15 kilómetros cuadrados habitados por al menos 90 mil habitantes, y podrían ser más si se tiene en cuenta la dinámica de la construcción y la expectativa de los compradores por vivir en una zona que aún ofrece ciertas condiciones de tranquilidad y de cercanía con el paisaje natural.

La socióloga ha compilado varias historias en sus recorridos por la ciudad, ha escuchado a quienes deciden quedarse por un apego al recuerdo, al pasado. “El apego mío será esta casa”, le dijo una señora de 65 años de la Loma Los Vásquez. Y Vanessa acompaña las reflexiones de sus entrevistados con una clara justificación de arraigo: “Ese lugar, si vos lo mirás de una manera amplia, no solo es la casa, sino que es la Sabaneta, así ya sea lo que es, para uno sigue siendo su lugar”.

Población de Sabaneta, según el Observatorio Municipal de Condiciones de Vida de Sabaneta con información del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). Gráfica: Angélica Penagos.

Lo ha asumido como un reto personal, como un acto de rebeldía, de defensa de la dignidad local y de reivindicación de la nostalgia, de la suya propia y la de otros habitantes que resisten el asedio de las torres de apartamentos que se levantan inmisericordes y, como criaturas malévolas, los privan de los rayos del sol. Y ellos ahí, en sus casas antiguas, viendo con orgullo como crecen en el solar, cercadas por el ruido y la contaminación urbana, las matas de plátano, las cebollas y las lechugas.

Vanessa ha documentado toda esta resistencia en bicicleta. Empezó a hacerlo en 2020, durante la pandemia. Pedaleó por los barrios y se concentró principalmente en La Doctora, vereda en la que no creció, pero habitó de otras formas desde su adolescencia, el ejemplo más vívido de “un desarrollo irresponsable, no planificado, una idea de desarrollo que rebosa o desborda lo que Sabaneta realmente tiene para ofrecer”.

Hoy, a sus 31 años, trae a su memoria la costumbre de los antiguos sabaneteños de acudir a la Iglesia de Santa Ana para rezarle a María Auxiliadora, las caminatas por los senderos, los “paseos de olla”, las tiendas y las fondas, y el saludo a los vecinos, porque todos se conocían y sus apellidos tenían un significado especial.

Lote donde se construye un nuevo conjunto de apartamentos, parte alta del sector Fidelina, vereda La Doctora. Foto: Vanessa Navarro.

Sabaneta empezó a cambiar como con la prisa de un adolescente que quiere devorarse el mundo, a partir del 2008. Desde esa época, los políticos de turno, encabezados por su alcalde Guillermo León Montoya, conocido en el ámbito local como ‘Bolillo’, desarrollaron un Plan Básico de Ordenamiento Territorial (PBOT) y un Plan de Desarrollo que le abrirían las puertas, sin remilgos, al boom de la construcción.

En 1988 Montoya, como lo reseñó el periódico El Tiempo, fue el primer alcalde popular de Sabaneta y, para volver al cargo durante el periodo 2008 – 2011, prometió acciones concretas en movilidad, vivienda y educación. “Uno de sus principales proyectos es construir 500 viviendas a 20 millones de pesos y sin cuota inicial”, se lee en la publicación del periódico capitalino fechada el 30 de octubre de 2007. 

Vanessa, que para la época cursaba sus estudios de sociología en la Universidad de Antioquia, se refiere a la ambiciosa visión de la administración de ‘Bolillo’: “Para 2020, sería el municipio modelo de Colombia. (Decían) que Sabaneta tenía que escalar a ser una gran ciudad, que tenía que dejar ese aire de pueblo”.

A pesar de los reparos de colectivos ciudadanos y quienes advertían las amenazas —por ejemplo de la construcción de un parque llamado “La Gran Colombia” y un transporte cableado encima del corredor biológico La Romera—, y su eventual impacto sobre la naturaleza, el Plan Básico de Ordenamiento Territorial fue aprobado en 2009. Desde la veeduría ambiental se denunciaron deficiencias en el proceso de participación ciudadana y de información suficiente que permitiera ilustrar adecuadamente a los sabanetenses sobre los alcances de la urbe proyectada.

La movilización en contra de aquel Plan Básico no surtió el efecto deseado. En opinión de Vanessa, la gente no creía que los cambios se lograrían materializar y con el paso de los años, cuando vieron los “edificios encima”, entendieron la dimensión de lo que se aprobó: “Como permitieron a las inmobiliarias construir arriba, entonces ese crecimiento desbordado no solamente fue en el centro del municipio, sino que empezó a escalar a las veredas”, concluye esta veedora que sigue recolectando testimonios para su tesis en la Universidad de Antioquia.

El tiempo y las circunstancia le han dado la razón. Los nuevos habitantes llegan en sus autos a vivir, ya no solo en un edificio moderno, sino en conjuntos y unidades de edificios novedosos que van tupiendo las montañas. Personas de estratos cuatro, cinco y seis migran a este “rinconcito del Valle de Aburrá” para dejar atrás el bullicio de la metrópoli. 

Su presencia incide en el encarecimiento del costo de vida de aquellos sabaneteños tradicionales y la decisión de estos de aguantar la presión del ruido, el tráfico, la contaminación y el permanente acoso de los urbanizadores, ha dado pie al surgimiento de una suerte de movimiento subterráneo, algo así como una sociedad de la rebeldía, conformada por quienes lucen sus canas y exhiben en su piel la sabiduría de los años, o porque, siendo aún jóvenes, añoran sus aventuras infantiles, los paseos al campo y el baño en la quebrada.

Gráfica: Angélica Penagos

El incremento del estrato 4 se refleja en su creciente acceso a servicios públicos a partir del 2005, mientras que los demás estratos redujeron su participación. Fuente: Observatorio Municipal de Condiciones de Vida de Sabaneta. Gráfica: Angélica Penagos.

La Romera, una niña consentida

El trabajo de los veedores ambientales ha incluido la defensa del ecosistema natural La Romera, ubicado a cinco kilómetros de la zona urbana y que, gracias al activismo, adquirió la figura de Área de Reserva Natural en 2019. Es un espacio natural de aproximadamente 243 hectáreas, situado en la parte alta de la cuenca de la quebrada La Doctora, y fuente de abastecimiento hídrico del municipio, así como aportante al río Medellín.

El Observatorio Ambiental de Sabaneta la define como “una de las áreas naturales más importantes del Valle de Aburrá” al destacar el inventario de especies que la habitan. Se estima que en sus senderos y arbustales conviven 28 especies de mamíferos, 168 de aves, ocho de anfibios y reptiles y 5 de peces. A ellas se suman 228 especies de plantas fundamentales para el equilibrio natural de este pulmón del suroriente antioqueño.

La Romera, que es como la niña consentida de los ambientalistas locales, se complementa con otras áreas protegidas del Valle de Aburrá con las cuales se busca conexión para ampliar los corredores biológicos y la masa boscosa. El propósito es preparar al territorio para garantizar la provisión de servicios como el agua, el aire, la captura de CO2 y amortiguar los efectos de la crisis climática. 

Con la modificación del Plan Básico de Ordenamiento Territorial (PBOT) en 2019, el conjunto de los predios que se conocían como Parque Ecológico La Romera, comienzan a denominarse Reserva La Romera. Foto: Luis Bonza.

La Romera no está sola, explica David Cadavid García, subdirector de Recursos Naturales del municipio de Sabaneta. Desde la Mesa Aburrá Sur, integrada además por delegados de municipios vecinos como Envigado, Caldas y La Estrella, hay un empeño por conectar los ecosistemas regionales como los bosques altoandinos, el corredor de felinos del Sur del Valle de Aburrá, La Reserva Forestal Protectora Alto de San Miguel, la Divisoria Valle de Aburrá – Río Cauca, el Sistema Local de Áreas Protegidas de Envigado, la Reserva Nare, el Corredor Valle de San Sebastián y el Área de reserva y amortiguación Miraflores.

Cadavid García admite que el PBOT de 2009 fue generoso en abrir posibilidades a los proyectos urbanísticos al punto de que, en 2019, cuando este fue modificado, “se reguló muchísimo la construcción”. Sin embargo, debieron convivir con las licencias autorizadas y las obras en marcha imposibles de detener.

El otorgamiento de licencias de construcción sigue en aumento, a pesar de que en el 2020 se frenaron varios proyectos debido a las restricciones de la pandemia. Fuente: Observatorio Municipal de Condiciones de Vida de Sabaneta. Gráfica: Angélica Penagos.

El subdirector de Recursos Naturales destacó que el Plan de Ordenamiento vigente contiene regulaciones frente a la protección de las zonas verdes, y en materia de acciones concretas de conservación y restauración, el funcionario aseguró que la actual administración, en cabeza de Santiago Montoya Montoya, incluyó en el Plan de Desarrollo adquirir 10 hectáreas para el Área de Reserva La Romera. 

A la fecha se han comprado 4,6 hectáreas y se están gestionando recursos para otras 30, pero su alto costo ha impedido concretar el negocio. “La gente quiere venderle al municipio por el interés de seguir protegiendo, pero no es fácil por el valor del metro cuadrado acá en Sabaneta, es muy costoso”, dijo el funcionario. 

Puso como ejemplo el predio Fuente Clara, el de las 30 hectáreas. Su valor en el mercado inmobiliario está por los 13 mil millones de pesos, según lo estimó Cadavid, un monto “inalcanzable” para el erario del municipio, por eso el alcalde está promoviendo una ‘vaca’ o colecta ciudadana. 

En una entrevista que el alcalde Santiago Montoya dio al periódico El Tiempo, el 23 de agosto pasado, argumentó que su propósito es salvaguardar este sector rural, una posición que no ha caído bien en el sector edificador.

El Tiempo informó que Montoya tiene un avalúo concertado con los propietarios de Fuente Clara por 6.000 millones de pesos, pero el municipio solo dispone de 3.700 millones: 2.100 de la actual vigencia y 1.600 millones de la próxima, la de 2023. Hacen falta 2.500 millones y para conseguirlos les propuso al sector privado, a la academia y a la ciudadanía aportar para completar la suma requerida.

Vacas en la finca de Juan Veléz, sector Fidelina, vereda La Doctora. Foto: Vanessa Navarro para su tesis de grado en estudios socioespaciales.

El dilema del progreso

La nostalgia también vive en Robinson Restrepo, ‘Cascajo’, como le gusta ser llamado. Hijo de Rosalba Diez ‘Cascaja’ y de Javier Restrepo ‘El Niño’, es “un joven de 56 años” y coleccionista de imágenes antiguas.

“Yo recogía boñiga para venderle a los tíos porque en Sabaneta cultivaban muchas orquídeas y un Alcalde comenzó a construir las mangas donde yo trabajaba. Desde ese entonces comencé a retratar la evolución del municipio. Así nació el amor por la fotografía”. 

Desde hace un poco más de tres décadas ha retratado el territorio. “El territorio comenzó a cambiar hace 38 años cuando hicieron las primeras cinco urbanizaciones en un mandato, y luego llegaron las otras, dando licencias y más. Sin embargo, la construcción de forma desbocada llegó desde hace 20 años”.

Se perdieron los morros para elevar cometas, las moras, las pomas, “el ganado tan hermoso”, los cafetales, los sapos, los grillos, las lagunas, todo se perdió, dice Robinson. “Yo extraño mucho eso”, se lamenta y agrega: “si esto sigue así, voy a tener que coger para el monte, porque el mismo desarrollo lo va sacando a uno, por el ruido, la bulla, las motos, los impuestos, el predial”. 

Sin embargo, Robinson no está totalmente en contra de la expansión urbanística, de hecho, se siente felíz de recibir a todos los visitantes en el también llamado “rincón joven del Valle de Aburrá”. “Los edificios y el progreso: bienvenidos; con lo único que estoy en desacuerdo es con la mala planeación y con la falta de colegios, hospitales y demás centros culturales, artísticos y educativos que hacen falta”.

Dice, en medio de su desparpajo, que empresas que contaminaban y deterioraban el municipio tuvieron que irse gracias a la expansión urbanística. Después de esto, la construcción llegó a esos lugares y cotizó el espacio. 

Un ejemplo de ello es el Grupo Monarca y su principal accionista Ernesto Garcés, que a principios de los 2000 fue el principal constructor en el barrio Aves María y alrededores, un poderoso terrateniente que ha sido investigado por parapolítica.

“Al final, yo creo que esto tiene que parar. Hay forma de que algún día pare tanta construcción”, le predice Robinson a Sabaneta.

Lo que no se debe hacer

Ángela Quintana, de la Mesa Ambiental de Sabaneta, suma su sentir a la preocupación de los vecinos que añoran el pasado tranquilo. Se refiere al crecimiento poblacional y al hecho de que, según los cálculos del colectivo al que pertenece, el municipio puede tener hoy 104 mil habitantes. “Este número podría crecer a 500 mil en 2030”, anticipa la veedora, si el ritmo de expansión se mantiene.

Frente a los impactos ambientales asociados a la visión de hacer de Sabaneta una urbe, la ambientalista citó varios conflictos; el primero es el aumento de la cota de construcción. Describió que antes del boom inmobiliario esta era de 1.620 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.) y con los cambios en el ordenamiento ahora es de 1.800 (m.s.n.m.). Eso conlleva a seguir construyendo hacia las laderas.

“Esto incide en la fragmentación del corredor biológico que requieren las aves y especies como los felinos, y en la pérdida de núcleos de conservación”.

Gráfica: Angélica Penagos

Ante la imposibilidad de frenar el avance de obreros, maquinaria y torres de apartamentos, la Mesa Ambiental, explica Ángela, ha centrado sus alegatos recientes en lo peligroso que resulta para el territorio construir en las laderas. “La vereda San José viene teniendo movimientos en masa por la intervención de las zonas altas”, sostiene, y complementa con la necesidad de adoptar acciones de prevención y regulación encaminadas a restringir la edificación en zonas de alto riesgo.

Citó una observación hecha en 2018 por un equipo técnico de la Universidad Nacional, según la cual, Sabaneta es el ejemplo claro de lo que no se debe hacer en materia de ordenamiento territorial. 

A la presencia de más edificaciones en las laderas y la pérdida de los núcleos de conservación, Ángela agrega otro reto ambiental para los habitantes de Sabaneta como la contaminación del aire proveniente de la zona norte del Valle de Aburrá, y con ella sus consecuencias: un ambiente brumoso en determinadas horas del día, el incremento de la temperatura y el aire que ya no corre como antes, cuando era el “vallecito del encano”.

Vereda Las Lomitas, la cual colinda con la vereda La Doctora. Foto: Vanessa Navarro.

Urbanismo ¿sostenible?

Una fuente de información que prefiere no dar su nombre, pues trabaja como asesora de constructoras en Colombia, ve con preocupación la extrema facilidad para que los edificios residenciales den cuenta de los ahorros básicos de agua y energía que exige la legislación colombiana, que además es bastante nueva: Decreto 0549 y Ley 1285, ambas del año 2015.

Desde entes de la radicación de estas normas, existen certificaciones ambientales no obligatorias, las cuales, supuestamente, demuestran que el edificio ahorrará recursos naturales. Pero comenzaron a popularizarse desde la radicación de aquellas normas como la forma más económica de cumplir sin tener que pagar estudios de ciclo de vida adicionales.

La certificación ambiental más popular para edificios residenciales —Edge— también ha sido una forma de decirle a una población que, cada vez más, pide una oferta de edificios con menor impacto ambiental “somos sostenibles”, aunque esto tenga muy poco de cierto, pues el Edge más fácil de cumplir se logra con un 20% a 25% de ahorro en agua y energía, es decir que: “Avala lo normal (…), casi que con una ducha que consuma poca energía al calentar agua y con luminarias led ya está cumpliendo”, asegura la asesora de constructoras, y agrega que esto puede cambiar con la nueva aprobación del Acuerdo de Escazú, ya que estas compañías estarían obligadas a dar cuenta de sus jugadas.

Casa de José Jesús González, en la vereda La Doctora. Foto: Vanessa Navarro.

Si del cielo te caen limones...

Carlos Mauricio Bedoya, arquitecto y magíster en Hábitat de la Universidad Nacional de Colombia – Sede Medellín, trabaja desde la década del 90 alrededor de la arquitectura sostenible. El también profesor de la misma Universidad ha coordinado la política pública de gestión sostenible para el Valle del Aburrá y el sello ambiental del ICONTEC para edificaciones sostenibles.

“La construcción que llamamos sostenible, y que hoy en día no es la primera opción en el país, es una que sabe que es para el lugar, tanto en calidad como en cantidad, buscando una relación armónica entre la construcción y la naturaleza”, dijo Bedoya y su argumento resulta pertinente para el contexto de Sabaneta.

En sus años como profesor ha hecho esfuerzos para que los nuevos arquitectos e ingenieros tengan conciencia de estas problemáticas, y por eso ya avanzada la década del 2000 creó, junto a colegas de ese centro de estudios superiores, materias como Construcción, naturaleza y cultura o Construcción, territorio y paz en Colombia.

El profesor Bedoya detalló el concepto de sostenibilidad en la construcción. Lo explicó a partir de tres escenarios ideales: 

– El consumo de agua podría reemplazarse en gran medida con la lluvia que cae todos los días. 

– El consumo de energía eléctrica para la calefacción podría sustituirse por energía solar. 

– La reutilización de residuos de construcción y demolición como la tierra y el material aluvial, los escombros y otros residuos como plástico, madera y cartón. 

“Más del 60 % del agua que se utiliza en casas y edificios para vaciar inodoros, lavado de ropas, aseo del apartamento, regado de jardines, entre otras actividades, sigue siendo agua potable que cada día es más costosa para las empresas prestadoras del servicio, no solo en cuanto a traerla y tratarla, sino también en su evacuación y el alcantarillado”, aseguró el profesor Bedoya.

Un estudio reciente de la firma estadounidense Neoman Studios, con datos de Climate Data, confirma que Buenaventura y Manizales son de los lugares en donde más llueve en el mundo —todo el año se presentan lluvias—. Sin embargo, según la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios, alrededor de 3,8 millones de colombianos no tienen acceso a agua potable; lo que lleva al profesor a preguntarse por qué, si tenemos está riqueza, hoy en día el agua lluvia no es el método más usado. 

Estas son alternativas posibles, pero que, sin una normativa que limite el crecimiento desbordado sin siquiera los mínimos de sostenibilidad, se van a tardar en llegar.

Mientras tanto, en Sabaneta se siguen viendo vallas y carteles que prometen viviendas “rurales” o “campestres”, para “hacer yoga al aire libre” y “conectarse con la naturaleza”, en torres de cemento que en su mayoría no cuentan no cuentan con agua potable de su propio acueducto, sino que Empresas Públicas de Medellín (EPM) llena sus tanques cada tanto, teniendo así que racionar la de los sabaneteños tradicionales, a los que a veces el líquido vital solo les llega durante unas horas en la mañana.

“La lucha por el agua no es una idea de futuro en 100 años. No. La lucha ya comenzó”, concluye la socióloga Vanessa Navarro.

________________________________________________________________________________________Este reportaje es producto de la participación en el diplomado en ‘Periodismo ambiental en tiempos de crisis’ organizado por la Pontificia Universidad Javeriana y la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS).

Su ideación, reportería, redacción y montaje estuvieron a cargo de los periodistas Mariana White Londoño, Mariana Vélez Gaviria, Luis Bonza, Juan Esteban Correa  Rodríguez y Germán García Barrera. El diseño de las gráficas lo lideró Angélica Penagos. Las fotografías son de Vanessa Navarro y Luis Bonza. La fotografía de portada fue tomada del periódico El Colombiano. 

Este trabajo periodístico fue orientado por Ginna Moreno, directora de la maestría en periodismo científico de la Universidad Javeriana. 

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