Angela Bautista y Mario Abello hacen parte del Convite Campesino. Foto: entreojos.co

Un sueño hecho realidad

Ángela Bautista y Mario Abello producen sus propios alimentos, los riegan con agua limpia y los fertilizan naturalmente.

Los dos son campesinos, ella es boyacense y él del departamento del Magdalena. Se conocieron estudiando en el Instituto Agroecológico Latinoamericano María Cano, de Viotá, Cundinamarca, un centro de formación respaldado por la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (Fensuagro).

Ángela, Mario, sus compañeros y sus familias reconocen y agradecen el valor de la tierra, han sido testigos de la generosidad del suelo y del milagro de la vida manifestada en la germinación de las semillas y el florecimiento de cada especie sembrada. Ver que la comida brota lentamente, que la pueden aprovechar para su beneficio y el de los clientes que la adquieren no tiene precio.

Es un esfuerzo conjunto, de la tierra y de ellos. La tierra abriga las semillas y a partir de sus propiedades permite su desarrollo y se produce el alimento. Ellos mantienen los cultivos con agua limpia y abonos orgánicos. Mario nos conduce hacia una unidad de bioinsumos localizada en un galpón, a un costado de la finca Santa Juana de la vereda Rupavita, en Arcabuco.

“Es el pulmón de la finca – dice Mario – aquí producimos abonos con los insumos que se obtienen de la misma finca. Tenemos lombricultivos, algunos biopreparados hechos con plantas, biorepelentes, biocontroladores y purines o fertilizantes naturales”. Es una forma de tomar distancia de los insumos externos impuestos por las multinacionales de agrotóxicos.

“Sí es posible vivir de manera amigable con el ambiente”, insiste Mario mientras hacemos un recorrido por esta finca que pertenece a la familia de Ángela. Don Libardo Bautista, su papá, los apoyó desde el principio, les dijo “ahí está la tierra para que la trabajen y la aprovechen”.

Ángela, una campesina joven, de mediana estatura, cabello castaño y mejillas coloradas por el frío de la mañana, no se detiene a conversar, nos habla mientras corta y lava las hortalizas que acaba de cosechar, está preparando un pedido con destino a Yopal. También atienden solicitudes de clientes de Bogotá y Tunja, y semanalmente comercian sus productos en la plaza de mercado de Arcabuco.

Desde el lavadero destaca la producción orgánica de la finca Santa Juana y de quienes están asociados al Convite Campesino y a la Cooperativa El Ermitaño. Sus madrugadas, su dedicación y su compromiso con la sostenibilidad tienen un impacto positivo directo en la salud de las personas y el medio ambiente. Es un sueño hecho realidad, un sueño que, por supuesto, implica sacrificios pero que se ve compensado en pequeñas victorias y en la convicción del bienestar generado a la tierra y a la sociedad.

Ángela también nos cuenta que en el Instituto Agroecológico Latinoamericano María Cano aprendieron sobre técnicas de recuperación de cultivos, dietas alimentarias, la metodología campesino a campesino, y las posibilidades de articulación entre el conocimiento académico y la experiencia de los hombres y mujeres del campo.

Mario, que despista por su hablado costeño en un paraje boyacense, complementa la explicación sobre el modelo del Instituto María Cano al destacar la posibilidad de que los estudiantes vayan durante su formación, por cortos periodos de tiempo, a sus territorios a poner en práctica lo aprendido. Él lo ha hecho en su natal San Zenón (Magdalena), y Ángela en la parcela familiar de Arcabuco.

La rutina diaria en la huerta incluye el recorrido por los criaderos para la inspección y la alimentación de los animales que les permiten su sustento.

El convite campesino

Esta iniciativa de producir comida sana y de promover un proceso asociativo se materializó en la pandemia, es un anhelo de un poco más de cinco años. En el 2019 culminaron su formación académica y en 2020, con todo esto del confinamiento, el distanciamiento social y el virus del Covid-19 rondando por ahí, vieron la oportunidad de poner en marcha el proyecto agroecológico.

Sus aliados en esta aventura fueron, entre otros, Daniela Arcos, trabajadora social; y Francesco Londoño, geógrafo, para la época estudiantes de la Universidad Externado de Colombia, y con alguna experiencia en circuitos cortos de comercialización entre Fómeque y Bogotá. Se pusieron manos a la obra, lo implementaron en la vereda Rupavita y captaron el interés de clientes de Tunja y Arcabuco.

Lo que han visto desde entonces es el deseo de la gente por adquirir productos limpios y apelar por la alimentación saludable. A partir de ese primer esfuerzo diseñaron procesos de formación con los productores locales para hablar de los derechos del campesinado y conformar asociaciones y cooperativas de trabajo comunitario.

Mario lo detalla de la siguiente manera: “Desde el Convite Campesino venimos trabajando en la producción y comercialización agroecológica y en la formación de la gente para volver a la agricultura ancestral, proteger los recursos naturales del entorno, recuperar el tema de la fraternidad entre la comunidad buscando superar el individualismo. La idea es fortalecer el tejido social en el territorio”.

Otra acción emprendida por el Convite es impulsar la juntanza de los campesinos que producen agroecológicamente, y ofrecer los artículos comestibles y cosméticos de otras personas para comercializarlos en circuitos cortos. Esa unión permite, sin intermediarios, ampliar la disponibilidad  de hortalizas y de procesados como miel, cremas, jabones, arepas, jengibre en polvo y café, entre otras variedades.

En la finca agroecológica Santa Juana, y en otras similares de la zona, se encuentran 50 variedades de hortalizas, y casi el 80 por ciento de las especies son nativas. En un ejercicio de soberanía alimentaria y de autonomía tienen el control de las semillas, no dependen de las casas comercializadoras, sino de sus propias dinámicas.

Mario destaca que desde el Convite Campesino se impulsa el rescate de semillas nativas, valora su resistencia a las plagas y desde este argumento enfila baterías contra empresas como Bayer por el poder dominante para ejercer su control.

“Las semillas son de todos y de nadie, las empresas se apoderan de ellas, las patentan, las modifican, nos las dan enfermas y luego nos venden los agrotoxicos. Las semillas nativas se las debemos a muchas generaciones”, dice Mario de manera categórica.

En la unidad de bioinsumos se producen los abonos orgánicos y en esa labor participan las lombrices rojas californianas.

El componente pecuario de esta finca lo complementan los criaderos de conejos, curis, cabras y gallinas, de los cuales obtienen elementos básicos para la elaboración de abonos. Las truchas se reproducen en un estanque contiguo.

El agua, como una bendición, recurso vital para el sostenimiento de Santa Juana, fluye generosa desde la montaña, tanto que deben canalizarla para aprovecharla integralmente y evitar su desperdicio.

Además de este predio, el crecimiento del proyecto los llevó a adaptar otra parcela, Aguaqui, en la vereda Monte Suárez, de la cual está encargado don Libardo, el papá de Ángela.

Su empeño, el de las familias, muchas de ellas jóvenes, que hacen parte del Convite Campesino y de las asociaciones y cooperativas de productores, se ha visto retribuido con el interés de los compradores locales y de otras ciudades motivados por acercarse a estas experiencias, adquirir las frutas y las verduras y adaptar pequeñas huertas en sus casas y apartamentos.

A pesar de su juventud, Ángela y Mario consideran que su proyecto de vida, el que cupido ayudó a juntar, ha servido de inspiración a otras parejas como ellos, a madres cabeza de familia o a jóvenes profesionales que quizá por curiosidad o definitiva convicción se han animado a plantar las semillas del presente para forjar la sostenibilidad del futuro, en una convivencia pacífica con el agua y la tierra.

Una demostración de que sí se vale soñar.

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