Los árboles de Saweto, comunidad ubicada cerca de la frontera con Brasil, son muy codiciados en el mercado y se encuentran amenazados por la tala indiscriminada. Esta historia hace parte de la serie periodística #DefenderSinMiedo coordinada por Agenda Propia en alianza con OjoPúblico.
Por: Aramís Castro.
En la Amazonía peruana, además de bosques, ríos serpenteantes y especies que la ciencia aún no acaba de descubrir, habita la meiri, una ardilla cuya cola parece replicarse en el peinado de las niñas indígenas ashéninkas. Para Jorge Ríos Pérez –líder asesinado por madereros ilegales, junto a otros tres dirigentes el 1 de septiembre de 2014– el parecido era indudable: cada vez que veía a su hija mayor pensaba en aquel animalito escurridizo. Por eso, cuando era niña, comenzó a llamarla así.
Aceptar la muerte de un padre es doloroso. Hacerlo sin un cuerpo que llorar, aún peor. A seis años del asesinato de Ríos Pérez, las autoridades no han buscado sus restos. Y hoy, aunque no la acompaña de manera física, Diana Ríos Rengifo siente que él perdura en la naturaleza. Ese espacio desde el que le enseñó a luchar.
“Él está dentro del bosque: el bosque es vida y, gracias a él, estoy viva”, dice.
Ríos Rengifo es una mujer reservada, que distribuye su tiempo entre la crianza de sus hijos y la defensa de los territorios. “A veces, quisiera que hubiera más de 40 Dianas. Que tengan luchas, que se propongan cosas y cumplan todo”, cuenta, acentuando las últimas palabras.
A seis años del asesinato de su progenitor, ella está decidida a apoyar a toda comunidad indígena que inicie el proceso para titular su territorio o pretenda ampliar las áreas reconocidas por el Estado peruano; una lucha que Ríos Pérez le encomendó poco antes de su muerte.
Desde hace seis años, Diana Ríos junto a su madre Ergilia Rengifo aguardan por las sentencias contra los asesinos de su padre y otros tres dirigentes de Saweto. Foto: Geraldine Santos / OjoPúblico.
El domingo 31 de agosto de 2014 –la última vez que Diana vio a su padre–, él se dirigía a la comunidad nativa de Apiwxta, cerca de la frontera con Brasil, para reunirse con otros dirigentes que se habían aliado a la lucha de Saweto contra el tráfico ilegal de madera. Antes de iniciar aquel viaje, hizo una breve parada en la casa de su hija para recoger unas hélices que necesitaba para su peque peque, pequeña embarcación llamada así por el ruido del motor.
En ese encuentro, Diana le dio una botella de masato –una bebida tradicional de la Amazonía preparada a base de yuca fermentada– con la convicción de verlo, a más tardar, el viernes de la semana siguiente. Esa mañana, recuerda, se le veía ansioso por la reunión. Y, poco antes de despedirse, le soltó una frase que le seguiría rondando en la cabeza durante el día: “Si es que algo me pasara en el transcurso del camino, tú te quedas a cargo de cuidar a tu mamá, a tus hermanitos y de seguir la lucha”, le dijo.
La muerte de Ríos Pérez no solo enviudó a su madre, Ergilia Rengifo López, también dejó a nueve hermanos sin el líder del hogar, uno de ellos de apenas un mes de nacido. Por eso, Diana –la mayor– tuvo que asumir un nuevo rol: convertirse en una líder para encontrar justicia por los asesinatos y persistir en la defensa del antamiki (bosque amazónico).
Resistencia ashéninka
Saweto es una comunidad indígena peruana ubicada cerca de la frontera con Brasil. Para llegar hasta allí es necesario navegar durante una semana desde Pucallpa, la capital de la región Ucayali. En su territorio, con una extensión titulada -reconocida por el Estado- de 77 mil hectáreas, crecen árboles cuya madera tiene un alto valor en el mercado: el cedro, la caoba y el shihuahuaco, este último amenazado por la tala indiscriminada.
La presencia de madereros ilegales no es inusual en sus bosques, y el padre de Diana junto a los tres dirigentes asesinados con él –Edwin Chota Valera, Leoncio Quintísima y Francisco Pinedo– ya habían sido amenazados en varias oportunidades.
Desde su muerte, Diana ha lidiado con sucesivos retrasos en la búsqueda de los responsables y evasivas por parte de los funcionarios públicos a cargo de la investigación. Algo que ya había ocurrido en el pasado, con las denuncias presentadas por Edwin Chota Valera, exjefe ashéninka de la comunidad. Seis años antes, Chota había iniciado una batalla legal para pedir que se investigara la presencia de taladores ilegales en los bosques de Saweto. Y, aunque las autoridades sabían que la comunidad era acosada por los madereros, las indagaciones de la fiscalía ambiental de Ucayali no empezaron hasta que se conoció el crimen.
La investigación de este organismo, analizada en el informe Saweto: La violencia de la impunidad en la Amazonía de OjoPúblico, evidenció una cadena de irregularidades y desestimó la información presentada por los dirigentes como sustento de la denuncia –fotografías de los involucrados en la tala ilegal y coordenadas de donde operaban ilícitamente–. Durante cuatro años, además, la Fiscalía ignoró el testimonio de un testigo sobre la identidad de los autores intelectuales y materiales del asesinato.
Según la cosmovisión ashéninka, los dirigentes asesinados hoy representan a cuatro guerreros que murieron por defender su tierra. Ilustración: Enrique Casanto Shingari.
A la par de estos problemas, la representación del caso ante los medios de comunicación y organismos internacionales recayó en Diana. Tenía solo 22 años. Esa responsabilidad la llevó a viajar por primera vez fuera de Saweto, en noviembre de 2014. Salió de su comunidad, integrada por treinta familias, y recorrió más de cinco mil kilómetros de distancia, a Nueva York, la cosmopolita ciudad estadounidense de más de 8.6 millones de habitantes. El motivo, un reconocimiento entregado por la Fundación Alexander Soros a los ashéninkas caídos por la lucha contra la tala ilegal.
Fueron días de cambios bruscos para ella: de una rutina en una comunidad pequeña y sin servicios básicos, pasó a interactuar con agencias de prensa y organizaciones de la sociedad civil en una ciudad con habitantes de diferentes nacionalidades y culturas.
Robert Guimaraes, entonces dirigente de la Federación de Comunidades Nativas de Ucayali y Afluentes (Feconau) y único peruano que la acompañó en esa travesía, recuerda el choque cultural: “Le sorprendía estar una ciudad así de grande y con edificios tan altos. Le llamaban la atención las cosas modernas. Pero siempre estaba triste porque los hechos [asesinatos] eran recientes”.
Guimaraes también evoca un momento de la ceremonia donde cree que Ríos Rengifo asumió que debía continuar la defensa de la Amazonía. “Ella se quebró cuando nos hicieron ver el vídeo de la lucha de Saweto. Cuando pasaron imágenes de Edwin Chota y su comunidad, se le salieron las lágrimas. Pero creo que estaba consciente de que su lucha tenía que continuar y eso le daba fuerza”, dice.
El peso de ser líder
Representar a una comunidad amenazada por la tala ilegal no es sencillo. Menos, cuando se trata de un legado repentino. Para Margoth Quispe, amiga de Diana y abogada que acompaña el proceso de Saweto, la heredera de Ríos necesitaba un respiro para su duelo pero ocurrió lo contrario: Diana, junto a las viudas, empezaron a tener una exposición en la prensa que las llegó a saturar. Ella, dice Quispe, no mostraba su incomodidad de forma tajante, pero se notaba en sus declaraciones escuetas a los reporteros.
“No estaba preparada para eso. Necesitaba entender qué había pasado y qué iba a ser de su familia y de ella. No tuvo una pausa para decir ‘a partir de esto voy a hacer tal o cual cosa’. Esa presión era pesada”, asegura Quispe, quien además ha sido testigo de sus inicios en las reuniones para definir las estrategias en la titulación de la comunidad, algo que consiguieron casi un año después del múltiple asesinato.
Avances como ese, hicieron que Diana persista en la defensa de los territorios amazónicos. Después de una década de participación activa en Saweto, ella se ha convertido en una referente de la lucha ambiental e indígena. Ese compromiso, sin embargo, no ha relegado la búsqueda de justicia y la necesidad de encontrar algún día los restos de su padre.
Hoy Diana Ríos convive con sus hijos, hermanos y madre a las afueras de Pucallpa, capital de la región Ucayali. Todavía espera justicia por el asesinato de su padre.
En la acusación fiscal contra Eurico Mapes, José Carlos Estrada, Hugo Soria y los hermanos Segundo y Josimar Atachi Félix, los presuntos asesinos de los dirigentes ashéninkas, se sugirió la búsqueda e identificación de los restos óseos de las víctimas no identificadas: el padre de Diana y Francisco Pinedo Ramírez. El proceso, sin embargo, se mantiene en pausa por falta de respuestas del Poder Judicial de Ucayali.
Esa incertidumbre hizo que, durante mucho tiempo, Diana pensara que su padre no había muerto. “He encontrado su polo, su mochila, pero menos a mi papá. Entonces, para mí era como si él estuviera vivo”, dice con la voz entrecortada.
En 2018, sin embargo, hizo un ritual de ayahuasca –una bebida tradicional de la Amazonía con efectos alucinógenos– como parte del proceso de duelo. “Quise hacer una sesión, para ver dentro de mí misma [y comprobar] si mi papá estaba vivo o muerto. Para mí, en todo momento estaba vivo. Pero, cuando tomé [ayahuasca], vi lo que le hicieron ese día. Sí, era él”, relata.
Nueva convivencia
Hoy, si Diana representa el rostro de Saweto hacia el mundo, su madre hace lo propio al interior de la comunidad. Ergilia Rengifo López trabaja en el consejo directivo de la localidad, espacio desde el que organiza y coordina programas sociales. A inicios de 2020 ambas decidieron mudarse a las afueras de Pucallpa para acompañar el proceso judicial desde la capital departamental, pero siguen en contacto con los dirigentes para estar informadas sobre lo que ocurre en el día a día en el territorio.
En esta nueva convivencia junto a su numerosa familia –integrada por su mamá, hermanos e hijos–, Diana no ha perdido la oportunidad de enseñarle a los más pequeños de la casa la importancia de su cultura. Les explica en ashéninka la relevancia de defender la Amazonía, quizá con la añoranza de que sigan sus pasos y se vuelva realidad aquel deseo de tener ‘40 Dianas’.
Representación de Alto Tamaya Saweto, comunidad peruana ubicada en la frontera con Brasil.Ilustración: Enrique Casanto Shingari.
“[Quiero] que vean que un arbolito es como un niño, que lo plantas y lo cuidas. Si no lo hacemos y lo depredamos, va muriendo; y es como si fuera muriendo un niño”, cuenta, emulando al maestro que fue su padre.
En medio de una pandemia que paralizó a todo el aparato estatal, aguarda el reinicio del proceso judicial lejos de Saweto, pero con la esperanza de regresar. No hay fecha exacta para ese retorno. Tampoco para el inicio de la audiencia contra los acusados del asesinato. El pasado 21 de agosto la cita en el Poder Judicial de Ucayali fue suspendida por quinta vez.
Entretanto, como parte de las actividades más urgentes, Diana llevó pruebas rápidas y medicinas a comunidades indígenas colindantes a Saweto –San Miguel de Chambira, Putaya y Tomajau– que luchan contra la covid-19. En Ucayali, la región donde se encuentran estas y otras comunidades indígenas, los contagios ya superan los 15 mil casos positivos.
Durante el sobrevuelo de ese trayecto, mientras veía la naturaleza desde la avioneta, la líder ashéninka sintió emociones encontradas. Ver de nuevo el bosque le trajo recuerdos de su infancia. Pero, a la vez, pensaba en el asesinato de su padre.
“Yo nací dentro de ese bosque y crecí alrededor de él. Depende de cada uno entenderlo, pero para mí significa mucho”, dice una noche de agosto, mientras, desde su celular, monitorea las últimas urgencias del día en Saweto.
Este artículo hace parte de la serie periodística #DefenderSinMiedo: historias de lucha de mujeres y hombres defensores ambientales en tiempos de pandemia. Este es un proyecto del medio independiente Agenda Propia coordinado con veinte periodistas, editores y medios aliados de América Latina. Esta producción se realizó con el apoyo de la ONG global Environmental Investigation Agency (EIA).