Imagen: Claudia Rivera
Caligo atreus, una de las mariposas que se cría en la vereda Las Quinchas, de Otanche.

Las mariposas de Occidente tienen el color de la esperanza

Esta región de Boyacá fue escenario del conflicto armado y hoy camina hacia el bienestar colectivo. 

Cuando suena la campana que anuncia el final de la jornada escolar en la institución La Y, María Alejandra se prepara para emprender su regreso a casa. Vive con Leidy Galvis, su mamá; y con su abuela Edilsa Cortés Porras en la vereda Las Quinchas del municipio de Otanche.

Aún en medio del bullicio generado por ese tilín tilán tan esperado del medio día, y mientras empaca sus útiles, esta pequeña se ve corriendo presurosa contra el polvo y el viento. Se imagina llegando agitada, saludando con premura y entrando con sigilo al mariposario que hace tres años fue acondicionado en la parte baja de la vivienda familiar.

El mariposario es una estructura hecha de listones y encerrada en una malla que permite mantener en cautiverio a 50 parejas de mariposas de al menos tres especies. Su cría y aprovechamiento son la base del sustento para las familias que residen al interior y en la periferia del Parque Regional Natural Serranía de las Quinchas.

La construcción de estos invernaderos fue posible gracias a los recursos que por compensación ambiental tuvo que invertir el Instituto Nacional de Vías (Invías) para resarcir el impacto generado por la construcción de la transversal de Boyacá, esa carretera que algún día comunicará por vía pavimentada a Otanche con Puerto Boyacá. Las obras afectaron las plantas nutricias de las cuales se alimenta la Monarca, una de las mariposas más apetecidas en el mercado de los insectos.

Para remediar el daño, Invías concertó con la comunidad la construcción de 32 invernaderos que sirven de hogar a las mariposas y el establecimiento de cultivos de café y aguacate que hoy permiten la subsistencia básica de quienes residen en este extremo de Boyacá.

Leidy y María Alejandra son protagonistas de la cría y aprovechamiento de mariposas en Otanche. 

Es la una de la tarde y María Alejandra abre la cortina plástica que sirve de puerta al mariposario y como si fuera la primera vez se maravilla con el aleteo de la caligo atreus, la mariposa que parece llevar un ojo de búho en sus extensiones, y de la Morpho peleides, esa alada de color azul que sin remilgo se posa sobre su cabeza.

Entre risas madre e hija comienzan la jornada de recolección de los huevos que las mariposas han dejado en las hojas y en las ramas y los trasladan luego hasta un rústico laboratorio. Allí, en unos guacales artesanales hechos de PVC y tela vaporosa se crían las larvas hasta el nacimiento de la pupa que finalmente es entregada a la empresa Zoonatura para su comercialización tanto en el país como en el  exterior. 

Las mariposas son la esperanza para María Alejandra, los niños y los jóvenes de esta región que hace un poco más de 10 años fue escenario del conflicto armado protagonizado por grupos paramilitares y ejércitos privados que ejercieron control territorial, impusieron los cultivos de coca y el tráfico de madera, sembraron el terror y alteraron la tranquilidad del Occidente.

A pesar de la crudeza con la que se relatan las historias de persecución, muerte,  despojo, desintegración familiar y orfandad, Leidy Galvis recuerda que la presencia del Estado a través de los programas de guardabosques y de sustitución de cultivos ilícitos, sumado a la desmovilización de las autodefensas, permitió sanear a la zona de aquella “gente mala”. Hoy se respira otro aire y sus habitantes enfrentan nuevos retos.

Subsistir y conservar

Las frutas en descomposición permiten la alimentación de las mariposas.

Aunque ya se vive en tranquilidad, a los pobladores de esta y de las otras veredas de Otanche, que limitan con la Serranía de las Quinchas, los trasnocha su manutención.   

Quienes se dedican a la cría y al aprovechamiento de mariposas creen que deberían ganar un poco más y por eso agrupados en la Asociación Renacer Verde gestionan el dinero que les permita financiar el trámite de la licencia ambiental para la cría y el aprovechamiento de sus propios parentales, la venta directa de las pupas, de las mariposas vivas, de las mariposas disecadas y enmarcadas y de las alas que son apetecidas por los pintores para embellecer sus óleos. 

Corpoboyacá, como principal autoridad ambiental de este vasto territorio les ha brindado acompañamiento. La entidad sabe de la importancia de este proceso comunitario, de las posibilidades que ofrece el biocomercio de estos apetecidos insectos y de lo que ello significa para la conservación del bosque nativo de la Serranía.

Su principal amenaza es la deforestación, la tala ilegal de árboles y la caza indiscriminada de fauna silvestre. A pesar de haber sido declarada como área protegida y de haberse constituido en Parque Regional Natural, su vegetación y la riqueza de su ecosistema ha permitido el usufructo de quienes “venden un palo para comer” o de aquellos que en grandes cantidades trafican de manera mafiosa con los frutos del bosque.

¿Cómo evitarlo? Ricardo López Dulcey, el director general de Corpoboyacá, asegura que el Plan de Manejo diseñado para la Serranía de las Quinchas permitirá generar alternativas económicas viables, sostenibles y sustentables que aseguren adecuadas condiciones de vida para los vecinos del bosque y un mejor porvenir para este valioso y frágil entorno natural que contra todo pronóstico resiste el trepidar de las motosierras, la irrupción de los sembradíos y el pisoteo de los ganados en busca de buenas pasturas.

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Quienes integran la Asociación Ranacer Verde confían en el apoyo de  Corpoboyacá para conseguir que empresas de la región financien la formulación del Plan de Manejo y así logren contar con la licencia que les permita la operación de un zoocriadero comunitario que beneficie a por lo menos 100 familias de Otanche y Puerto Boyacá.

Leidy y las mujeres que lideran la tarea saben que además de los ingresos que pueden percibir, con su labor están aportando a que la población de mariposas crezca. Según Vanessa Wilches, gerente de Alas de Colombia, en una entrevista concedida para el portal Mongabay Latam, en vida libre menos del 5 % de las mariposas llega al estado adulto por el ataque de depredadores naturales. Con la zoocría el 80 % lo logra pues en los invernaderos se les proporciona alimento y protección.

Ellas y sus familias conocen los procedimientos, los requisitos y sus obligaciones. Solo cuando logren obtener la licencia podrán tomar del medio ambiente las parejas de mariposas o parentales como técnicamente denominan al binomio macho y hembra. Están preparadas para poner en práctica los reglamentos fitosanitarios y son conscientes de su deber de liberar periódicamente el 10 por ciento de lo capturado.

La zoocría va de la mano con la conservación y la reforestación del bosque, por eso las familias vinculadas a este modelo de negocio verde saben de la importancia de mantener y resembrar especies vegetales como platanillo, bijao, heliconias, guamos, algodoncillos y anicillos. De ellas se alimentan las mariposas.

Mujeres y niños son protagonistas

A través de la Fundación Renacer Verde, Leidy Galvis y la comunidad de Las Quinchas tramitan licencia para el aprovechamiento de mariposas.

La guerra que vivió el Occidente de Boyacá fue particularmente difícil para las mujeres: las madres, las esposas, las hijas. Ellas fueron víctimas silenciosas en una confrontación protagonizada por hombres y fueron los hombres quienes un día cansados de morir decidieron pactar la paz y ellas siguieron ahí. El Estado y la sociedad las desconoció, nadie las ha reparado por su padecimiento, sin embargo, tampoco se quedaron a esperar limosnas.

Su protagonismo ha sido evidente en este renacer, en este capítulo de la historia provincial. Su aporte ha sido definitivo en el cultivo y el procesamiento del cacao, por ejemplo, y su tacto, sensibilidad y paciencia son claves en la cría de las mariposas. Ellas y sus hijos, que permanecen más tiempo en casa, son responsables de recoger los huevos y de cuidar de las larvas y las pupas. Ellas sostienen con determinación una actividad económica que está inspirada en la esperanza.

María Alejandra, a sus 10 años, así lo asume, y aunque dice que le llama la atención aprender lenguas modernas, confiesa que su anhelo es permanecer allí en Las Quinchas.

Como cualquier chiquilla de su edad pudiera preferir un celular de alta gama para jugar, pero no, se divierte con sus labores en el invernadero y en el laboratorio. Sorprende la propiedad con la que diferencia cada especie, la destreza para alimentarlas, a unas con fruta fermentada y a otras con una mezcla de agua y azúcar. Algunas se inclinan preferiblemente por el néctar de las flores.

En sus manos y en las de niñas y niños de su edad está el futuro. Ellos le han declarado su amor al bosque y él generoso les ofrece en abundancia la riqueza de sus almíbares. Así de magnífica es la Serranía de las Quinchas.

 

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