El conflicto entre la fauna silvestre y la comunidad se ha incrementado por la pérdida del hábitat natural. Imagen: WWF.

Cómo actuar ante los ataques de fauna silvestre

La UICN hace consideraciones y recomendaciones para gestionar adecuadamente este tipo de conflictos.

En zonas de montaña como las de Boyacá y otras regiones del país, las familias campesinas viven en estrecha relación con los ecosistemas de bosque y páramo.

Allí, donde aún sobreviven especies como el oso andino, el puma o el zorro, los ataques a ovejas y bovinos se han vuelto un motivo creciente de preocupación. Detrás de cada animal perdido hay un golpe al sustento familiar. Pero también, detrás de cada represalia contra la fauna, hay una amenaza para la vida silvestre y los equilibrios ecológicos del territorio.

De acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), los llamados conflictos entre humanos y vida silvestre ocurren cuando la presencia o el comportamiento de los animales representa una amenaza —real o percibida— para los intereses humanos. Estos conflictos, cada vez más frecuentes, se agravan por la pérdida de hábitat, la expansión agrícola y el cambio climático.

Los expertos en conservación insisten en que el problema no es la fauna, sino la manera como gestionamos la convivencia con ella. Cuando un oso baja de la montaña y se acerca a un potrero, lo hace impulsado por la escasez de alimento o la pérdida de su hábitat natural. Por eso, más que pensar en eliminar la amenaza, es necesario comprender sus causas y actuar con acompañamiento institucional.

La gestión de los conflictos humano-vida silvestre protege a las comunidades, evita que los enfrentamientos se agraven y previene las represalias que pueden poner en riesgo la supervivencia de especies clave. Además, fortalece la confianza entre los campesinos, las autoridades ambientales y los equipos técnicos encargados de la conservación.

Qué pueden hacer las comunidades

Cuando ocurren ataques a animales domésticos, la primera acción debe ser reportar el hecho a la autoridad ambiental más cercana (como Corpoboyacá, Corpochivor, Corporinoquia o Parques Nacionales Naturales). Ellas pueden activar protocolos de verificación, evaluar las pérdidas y recomendar medidas de prevención.

Entre las estrategias más comunes y efectivas se encuentran:

  • Instalar cercas eléctricas o barreras disuasorias que impidan el acceso de la fauna a los corrales.

  • Implementar sistemas de alarma o iluminación nocturna que ahuyenten a los animales.
  • Ubicar los rebaños o potreros lejos de zonas boscosas o corredores de fauna.

  • Mantener los residuos orgánicos y restos de alimentos fuera del alcance de los animales silvestres, para evitar atraerlos.

  • Promover la vigilancia comunitaria y los sistemas de alerta temprana con apoyo de las autoridades.

  • Explorar mecanismos de compensación o seguros agropecuarios en coordinación con los entes territoriales y ambientales.

Un asunto que va más allá de los animales

La UICN recuerda que estos conflictos no solo son entre personas y fauna, sino también entre grupos humanos que discrepan sobre cómo manejar la situación. Por eso, el diálogo, la información y la participación comunitaria son claves.

Las soluciones deben reconocer las condiciones ecológicas, culturales y económicas de cada territorio.

Cuidar la vida silvestre no significa desproteger la vida campesina. La coexistencia es posible cuando las decisiones se toman de manera conjunta, con información técnica, acompañamiento institucional y respeto por la biodiversidad.

Hacia una convivencia sostenible

 La presencia del oso andino o del puma en los bosques andinos no debería verse como una amenaza, sino como un indicador de salud del ecosistema. Su conservación, junto con la protección de los medios de vida rurales, son pilares de una misma meta: vivir en armonía con la naturaleza, como plantea la Visión de la ONU sobre la Biodiversidad 2050.

Los conflictos humano-vida silvestre son una realidad, pero también una oportunidad para replantear nuestra relación con el entorno. Aprender a coexistir con la fauna del bosque es asegurar el futuro de los ecosistemas, de las economías locales y de las generaciones que dependen de ellos.

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