La emergencia por incendios forestales que vivió el país en 2024 fue el punto de partida para que un pequeño grupo de jóvenes universitarios de Tunja decidiera pasar de la preocupación a la acción.
De esa inquietud nació Manos al Bosque, una organización juvenil que hoy articula iniciativas ambientales en más de 20 municipios de Boyacá y dos de Casanare, y que hace unas semanas fue reconocida en los Primeros Premios a la Sostenibilidad de Boyacá, otorgados por Urbaser y la Universidad Santo Tomás Seccional Tunja.
El galardón destaca el trabajo de quienes, desde la innovación y la gestión ambiental responsable, transforman sus territorios. En este caso, la historia de Manos al Bosque confirma que la voluntad, la organización y la creatividad pueden construir redes sólidas capaces de movilizar a cientos de personas en torno a la protección de los ecosistemas.
¿Cómo surgió Manos al bosque?
Camila Araque, ingeniera en Seguridad y Salud En El Trabajo y estudiante de derecho, recuerda el momento en que entendió que solo publicar en redes sociales no era suficiente:
“Vimos que el país estaba viviendo una problemática fuerte de incendios forestales. Nosotros como jóvenes estábamos subiendo imágenes, moviendo la noticia, pero sentimos que podíamos hacer algo más. Esa fue la primera chispa”.
Junto a Julián Pinzón y Julián Quintero, decidieron convocar una jornada de limpieza cerca del barrio La Calleja, una zona de montaña próxima a la UPTC, donde los vidrios y residuos se acumulaban sin control y aumentaban el riesgo de incendios. Lo que nació como una actividad puntual se convirtió en el primer encuentro de un puñado de jóvenes que, sin saberlo, estaban a punto de crecer exponencialmente.
La respuesta fue inmediata: estudiantes, vecinos y familias acudieron al llamado. “Eso nos motivó muchísimo, nos hizo pensar que sí podíamos crear una organización”, agregó Camila.
Por qué Manos al Bosque
El nombre surgió de esa primera jornada en contacto directo con la zona boscosa. El diseño del logo —un oso andino, especie emblemática de la región— buscó conectar simbólicamente la identidad local con el sentido de protección ambiental. De ahí en adelante, la organización no solo recogió basura, incursionaron en acciones de restauración ecológica, aprendieron sobre siembra de especies nativas, control de especies invasoras y educación ambiental.
Incluso desarrollaron foros y conversatorios sobre problemáticas nacionales como el caso de la Isla Gorgona, demostrando que su mirada ambiental no se limita al territorio inmediato.
Una red que se expande por Boyacá y Casanare
El crecimiento fue orgánico. Jóvenes de otros municipios comenzaron a contactarlos para replicar las actividades. Sin recursos, sin personería jurídica y sin apoyo institucional permanente, Manos al Bosque se extendió de Tunja a municipios como Villa de Leyva.
“Somos como las cabecitas”, dice Julián Pinzón. “Pero en cada municipio hay grupos juveniles que se van apropiando del proceso. Nosotros los acompañamos, les compartimos lo aprendido y ellos van generando sus propias actividades”.
Aunque han coincidido en espacios con la Red de Jóvenes de Ambiente, con alcaldías o con entidades como la Policía y secretarías de ambiente, Manos al Bosque mantiene su independencia. Para ellos, su fuerza está en el voluntariado.
“Nos articulamos cuando es necesario, pero nuestro trabajo nace desde lo independiente”, aclara Camila.
Tres pilares: medio ambiente, educación y comunidad
La organización sustenta su acción en tres ejes:
1. Medio ambiente:
Protección, restauración y cuidado de los ecosistemas como objetivo central.
2. Educación y concientización:
Derribar barreras de desconocimiento, promover buenos hábitos y generar conciencia ambiental a partir de experiencias prácticas.
3. Comunidad:
Involucrar a jóvenes, familias, adultos mayores y niños. “Puedes aprender del medioambiente en cualquier etapa de tu vida”, afirma Julián.
La combinación de estos pilares no solo ha impulsado la acción ambiental, sino que ha ayudado a mejorar la salud mental de quienes participan.
Uno de los logros recientes ocurrió en Villa de Leyva, donde intervinieron una vereda afectada por el crecimiento descontrolado del Ojo de Poeta, una especie invasora. Tras una jornada con más de 50 voluntarios, lograron retirarla, liberar espacio para especies nativas y mejorar el estado de la cuenca hídrica.
No solo fue limpieza o siembra. Fue restauración ecológica planificada, con enfoque en equilibrio trófico y sostenibilidad.
El valor del voluntariado
Camila y Julián coinciden en que este es el elemento diferenciador. Manos al Bosque opera sin ánimo de lucro. Cada actividad es gestionada con recursos propios, donaciones espontáneas o intercambios de trabajo voluntario.
Aun así, han logrado competir con organizaciones de gran trayectoria en premios como los otorgados por Urbaser y la Universidad Santo Tomás.
“Hay organizaciones enormes, como Bavaria, participando. Nosotros ni siquiera estamos legalizados, pero la voluntad de la gente ha sido suficiente para hacer grandes cosas”, dice Julián.
¿Qué viene para Manos al Bosque?
Tras un breve periodo de pausa, el equipo se reorganiza para ampliar su alcance. Quieren:
- Montar actividades simultáneas en varios municipios;
- Fortalecer el trabajo con alcaldías y Consejos Municipales de Juventud;
- Formalizarse legalmente para acceder a convocatorias y proyectos;
- Continuar expandiendo su red juvenil.
Su reto es mantener el espíritu del voluntariado mientras avanzan hacia una estructura formal que les permita gestionar recursos sin perder autonomía.
Manos al Bosque demuestra que la organización juvenil puede ser un motor potente de transformación ambiental. Lo que empezó como un acto espontáneo entre amigos evolucionó hacia una red que inspira, enseña y restaura.
Una red que, desde Boyacá y Casanare, recuerda que cuidar la naturaleza es también cuidar la vida comunitaria.
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