Los incendios forestales producidos en las montañas orientales de Bogotá, en enero de 2024, por la temporada seca, es un ejemplo de un desastre que pudo ser evitado. Fotografía Sebastián Delgado. Shuttestock.

Desastres evitables: la importancia de la comunicación entre científicos y gobernantes

Experto considera que académicos deben integrar mesas en donde se toman decisiones claves.

Fuente: Revista Pesquisa Javeriana

Por Bryann Avendaño, biólogo javeriano y PhD. en Ingeniería Humanitaria

Los desastres naturales no existen, ya que, por definición, un desastre no es natural. Lo que existen son catástrofes causadas por actividades humanas. Por ejemplo, un movimiento sísmico causado en la mitad del océano Pacífico, puede tener tal magnitud que origine un tsunami en las costas.

Se trata solo de un movimiento de la Tierra, es natural, pero no es un desastre hasta que se mide con la lente del impacto que tiene ese fenómeno en la infraestructura costera o las vidas humanas asentadas allí.

Hoy en día, con la emergente crisis climática, la alta vulnerabilidad de la población en Colombia, y la priorización de zonas de importancia global en el país como el Amazonas y la región biogeográfica del Pacífico, es crítico que los gobiernos locales y nacional, se sienten con los científicos a escucharse y desarrollar estrategias de planificación del territorio inteligentes para evitar catástrofes.

El 13 de noviembre de 1985 el país vivió una situación que, lamentablemente, ejemplifica muy bien los efectos de esta incomunicación: un volcán que estaba casi 70 años inactivo ubicado en el departamento del Tolima, Colombia, hizo erupción. Lo que causó el desastre fue que las cenizas, la lava y todo el material piroclástico, junto con los deslizamientos por la magnitud de movimiento terrestre dejó sepultado literalmente el municipio de Armero.

Esta catástrofe es conocida como “la tragedia de Armero”. Pero la erupción del volcán como tal, no fue una tragedia hasta que causó muertes humanas, daños en la infraestructura física, desplazamiento de paisaje, pérdida de biodiversidad y cambios en los ecosistemas del territorio.

En este caso, lo que fue realmente un desastre es que a pesar de que las entidades científicas encargadas de monitorear el volcán habían avisado al gobierno local y nacional de turno, con meses de antelación, sobre la necesidad de evacuar y tomar medidas inmediatas para evitar esa catástrofe, ¡ese gobierno no hizo nada! Y, en consecuencia, murió casi el 80 % de la población habitante de la zona y alrededores, y las pérdidas materiales se calcularon en 6 billones de dólares.

Este desastre transformó la vulcanología para siempre, la vida de millones de familias, y la atención a desastres en Colombia; pero, tristemente, no ha transformado, cómo los gobernantes atienden lo que los científicos hemos venido previniendo, o cómo los gobiernos de turno priorizan las medidas para reducir la vulnerabilidad de las comunidades frente a los posibles peligros, ni ha influido en las medidas de planeación suficientes para preparar a la población frente a una emergencia.

Para evitar desastres es clave empoderar a las comunidades con recursos financieros, físicos y humanos para desarrollar planes de resiliencia local, y atender emergencias con estándares internacionales.

Además, existe la necesidad de aplicar más la ingeniería humanitaria, y que, así como hablamos tan frecuentemente de cambio climático y la crisis que representa, se hable también de la adaptación climática para que no nos tomen por sorpresa las alarmas de una crisis planetaria que nos tiene al borde del abismo, como lo hicieron en este inicio de año los incendios forestales en varias zonas del país.

Al respecto, gobierno de turno, de una vez les decimos: Según esta investigación reciente sobre incendios en asentamientos informales de Colombia, existe una alta vulnerabilidad no atendida en el país, que urge prestar atención, porque ya se habla en la comunidad internacional y la escala de este riesgo es inminentemente alta, seguro que podemos evitar otras catástrofes, así que: ¡escuchémonos, preparémonos y actuemos!

Pareciera que no es suficiente cuánto los científicos son escuchados por los gobiernos, sino que también es necesario que los científicos estén en la mesa de las decisiones con sus evidencias. ¡Es importante que los científicos también participen de las decisiones! 

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