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Johana González, integrante de la Red Tejiendo Páramos

El páramo tiene alma de mujer

EntreOjos.Co presenta el diálogo con una activista ambiental de Cundinamarca que propone revisar el modelo de desarrollo para salvar el agua.

No tiene más de 25 años pero por la fuerza de su discurso sobre la naturaleza y sus misterios parece una experimentada ecóloga, apasionada por la vida que emana generosa desde las altas montañas.

Es Johana González, integrante de la Red Tejiendo Páramos, un organización social que trabaja por la defensa de los bosques y de las fuentes de agua que abrazan a Bogotá y que calman la sed de sus casi siete millones de habitantes.

La Red nació hace dos años luego de un encuentro de educación ambiental con comunidades campesinas. Algunos de los asistentes intercambiaron números de teléfono y direcciones de correo electrónico, como sucede en casi todo evento académico, sin embargo, ellos no se quedaron allí: decidieron mantenerse en contacto para asociarse y trabajar por los páramos. 

Red Tejiendo Páramos trabaja articuladamente con las comunidades para hacer el reconocimiento de los territorios.  

Desde entonces, a través de caminatas, talleres y muchas horas de estudio e investigación, se han dedicado a identificar las causas de las amenazas y del deterioro que hoy son evidentes en estos centros biológicos de almacenamiento de agua pura.  

Johana empieza por advertir que si la dejo hablar sin interrupciones puede extenderse hasta nunca acabar y en verdad no me disgusta. Su conversación es agradable y entretenida.

Su relato sobre los páramos comienza evocando que el altiplano cundiboyacense era un gran lago y que al desembocar por el salto del Tequendama le dio vida a la cuenca del río Bogotá, y de allí a toda una variedad de ecosistemas interconectados.

Luego se detiene a explicar que los citadinos debemos entender que la montaña y la sabana están unidas de manera integral a través de una cuenca hidrográfica, así como el cuerpo humano. Para que su idea sea más comprensible toma mi libreta y hace un dibujo. “Mire – dice – en nuestro cuerpo las venas están llevando la sangre a todos sus órganos, así funciona el territorio, cada ecosistema es como un órgano del cuerpo”.  

La conversación continúa su ascenso como si trasegáramos por cada uno de los páramos que rodean a Bogotá. Johana hace otro dibujo para enumerarlos sobre la cadena montañosa que ha delineado en el papel: “Aquí está el páramo de Sumapaz, aquí Cruz Verde, aquí Chingaza, acá Guacheneque y a acá un páramo seco como el de Guerrero y debajo del páramo está el bosque andino”.

En este punto asume una postura un poco más académica para enseñarle a su ocasional alumno de ecología (yo) que los  páramos tienen la capacidad de retener el agua y empezar a distribuirla por el territorio, superficial y subterráneamente, y que cuando llega al bosque andino esa distribución se potencia a través de ríos y quebradas y que es allí donde se entiende la función de humedales y vallados.

Es enfática al reiterar que el  territorio de la cuenca del río Bogotá estaba unido y ordenado pero al aumentar la población urbana, producto de las guerras internas y los conflictos por la tierra, y el consecuente desplazamiento de campesinos hacia la capital, y con ellos el surgimiento de los primeros barrios populares, se aumentó la presión sobre la alta montaña y por supuesto sobre el agua.

Su diagnóstico páramo por páramo

La capacitación de las comunidades, una de las actividades de la Red. 

Cuando retiñe sobre el dibujo el punto donde se ubica Chingaza me cuenta que este abastece el 80 por ciento del agua que consume Bogotá pero que no está siendo retribuido. “Las comunidades de arriba, las que han convivido con el páramo, se tienen que perjudicar para que los de abajo, que siguen creciendo de manera alarmante, puedan tener agua. Es urgente pensar en un manejo comunitario del agua y en una delimitación concertada de los páramos”.

De Chingaza añade que está en la mira del fracking que en español significa la fracturación hidráulica del subsuelo, una práctica utilizada en países como Estados Unidos para la obtención de gas o petróleo y a la que se le atribuyen efectos negativos asociados a la contaminación del agua, la erosión y el incremento de los temblores.
 
Del Sumapaz dijo que es el territorio más militarizado del país (aseguró que por cada habitante hay casi 8 uniformados) y la presencia masiva de miembros de la fuerza pública se explica porque, según reveló, allí hay proyectos de microcentrales de energía y de petróleo que en su opinión se constituyen en amenazas para la flora, el agua y la fauna de la zona.

Al páramo de Cruz Verde, anotó, lo acosa la Perimetral de Oriente que hace parte del programa de vías de 4G o de cuarta generación que ejecuta el gobierno nacional, y que muchos ambientalistas y líderes sociales la califican como una estrategia para abrirle paso al extractivismo minero y al saqueo de los recursos naturales por parte de empresas extranjeras.

Al final de su inventario detalló que en el páramo de Guachenque, donde nace el río Bogotá, hay explotación de carbón, y que el de Guerrero es el tercero del país con más títulos mineros sin planes de manejo y con serios impactos sobre los acuíferos.

¿Cómo enfrentar o revertir el panorama que hoy afecta a los páramos?, le pregunto. Johana es categórica en su respuesta: “se requiere un cambio de actitud a través del cual cuestionemos el modelo económico y las realidades locales, replanteemos nuestra relación con el entorno y propongamos alternativas de desarrollo desde las comunidades”.

Como me lo propuse al iniciar la entrevista no la interrumpí. Fue ella quien, consciente del tiempo que llevábamos dialogando, concluyó con una frase retadora: “no podemos dejarnos consumir por los modelos impuestos”. Se levantó de su silla y se despidió.

 

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