El Suárez no estuvo exento de convertirse en uno de los tantos ríos de Colombia que fueron vertederos de cadáveres. Nace en la laguna de Fúquene, en los límites entre Cundinamarca y Boyacá, y avanza hasta el departamento de Santander.
A Carlos Ardila Beltrán lo asesinaron paramilitares del Bloque Central Bolívar en el municipio de Barbosa, Santander, en el año 2000, según cuenta su hermana Elena, por negarse a pagar un impuesto de “protección”. Elena Ardila cuenta que el arrojo de los cadáveres era una forma de imponer miedo ante la población civil y, así, contrarrestar el aumento de militantes de las Farc que llegaban a la zona.
La investigación Voces contra el silencio de la Universidad Industrial de Santander explica que en las zonas aledañas al río Suárez botar cuerpos al río era una práctica común, realizada, en su mayoría, por grupos paramilitares. En una entrevista realizada en la investigación se relata cómo la población civil veía cadáveres constantemente transitar por este río.
“Yo busqué a mi esposo en el potrero donde lo mataron, como a ocho metros del río. Como que lo mataron, lo arrastraron y lo iban a tirar al río. ¿Qué quería yo? Yo quería era cogerlo, sacarlo y enterrarlo. ¡Búsquelo y búsquelo y nada! Venía un muchacho bajando y me dijo: ¡Por allá en el río pasaron unos muertos! Pero yo no los vi porque iban bocabajo. Enseguida arrancamos para abajo pero no los pudimos coger”, cita dicha investigación.
Entre los años 1998 y 2002, el paramilitarismo tuvo su época de mayor auge, con los más altos indicadores de violencia contra la población civil en todo el país, especialmente en Santander y Magdalena Medio.
Según las bases de datos del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, solo se ha logrado recuperar un cuerpo de sus aguas.
Lea aquí la investigación completa: Los ríos de vida y muerte
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