La guardiana del roble

La historia de Mélida Ruiz Castellanos está marcada por la depredación del bosque, sin embargo, un día se rebeló contra esa tradición familiar.

“No ha sido fácil, pero a mí nada me queda grande”, dice mientras asciende rauda por el Sendero de los Micos, un estrecho y resbaloso camino de piedras, lajas y hojas marchitas en proceso de descomposición por el que se llega a la parte alta del Parque Regional Natural Serranía El Peligro, ecosistema rico por la presencia del roble que se extiende por parches a lo largo de las 2.647 hectáreas que lo conforman.

Mélida conoce el roble desde que empezó a dar sus primeros pasos. Fue en el corregimiento de la Palma, en Gámbita, en Santander. De niña veía como sus semillas se golpeaban contra el suelo cuando su tronco era descuartizado por los dientes de la motosierra y luego convertido en rolas de madera.

Con una bellota en su mano izquierda y una hoja de roble en la derecha relata que a sus siete años acompañaba a sus padres durante las cosechas. Confiesa que ver ese espectáculo le producía nostalgia. Las ramas esparcidas en el suelo, el sonido ensordecedor de la sierra eléctrica y el golpe seco del hacha sobre el leño inerme. Así se financiaba la economía de su hogar. “Qué podía hacer, era una niña y ese era el trabajo de los mayores”.

Esa inquietud la ha acompañado desde que tiene uso de razón, sin embargo, no fue obstáculo para que uniera su vida y sus sueños a los de su esposo quien como una paradoja de la vida subsiste de aserrar árboles y venderlos para conseguir el sustento diario.

Mélida está convencida de que siempre habrá una buena razón para promover el cambio. De ser hija y esposa de aserradores pasó a convertirse en una férrea defensora del bosque aun a costa de su integridad y de la armonía familiar.

Su causa, que debería ser la de todos, y las banderas que hoy enarbola, cuestionan en silencio el oficio que ejerce el padre de sus siete hijos, y a ellos les ha significado el matoneo de sus amigos cuando les dicen: “mientras su mamá protege la naturaleza, su papá va a la pata y la tumba”. Algún día las cosas serán diferentes. Mélida no pierde la esperanza.

Hoy es una de las líderes comunales que integra el Comité Regional de Áreas Protegidas (Corap) de Corporación Autónoma Regional de Boyacá (Corpoboyacá) en representación tanto de la Reserva como del Parque Regional Serranía El Peligro, localizados entre Arcabuco y Moniquirá. 

El día en que se rebeló

“Al ver a mi papá enfermo de las articulaciones, con fuertes dolores en la rodilla e invidente estoy convencida de que la tala del bosque trae muchas maldiciones”, reflexiona Matilde mientras transitamos por uno de los senderos del Parque hacia el denso robledal que se ve distante en la parte alta de la montaña.

Podría recorrerlo con los ojos cerrados. Conoce cada centímetro de este territorio, cada especie de fauna y flora aquí presente. Desde hace 25 años ha convivido con las heliconias, las bromelias, las orquídeas, los líquenes y el musgo de pantano que como una  gran espuma absorbe y administra el agua lluvia.

También ha compartido días soleados o tardes lluviosas con el totumo negro o la magnolia silvestre y con el roble, por supuesto. Estas plantas son la razón ser de su dedicación y por ellas y por los venados de cola blanca, los osos y las ardillas en 2009 se hizo efectiva la declaratoria de esta zona como Parque Regional Natural.

 La tala y la caza eran la constante en el proceder de Luis Ruiz, su anciano padre. Empeñó sus mejores años en ese devastador oficio que a veces combinaba con la agricultura y la ganadería. Así se ganaba la vida. Hoy está lisiado, no puede ver y le cuesta caminar y Mélida cree que es un castigo por su apetito depredador. Eso fue lo que motivó su rebeldía.

Recorrer el Parque y la Reserva, atender las inquietudes de quienes habitan en su interior y convencerlos de proteger los arbolitos y los animalitos, informar sobre el estado de la vegetación, ir de despacho en despacho para buscar el compromiso de los alcaldes de Moniquirá y Arcabuco, esa es su forma de resarcir el impacto que se ha ocasionado a la naturaleza, a los nacimientos de agua de los que se surte este territorio de la provincia de Ricaurte.

Su liderazgo se fortaleció cuando en 1998 fue elegida como presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda El Ajizal, de Moniquirá, y desde allí empezó a advertir que los robles estaban desprotegidos y que era necesario exigir de las autoridades medidas para preservarlos.

Las caminatas y las fatigas empezaron a ver resultados en 2005 cuando Corpoboyacá inició los estudios preliminares que en 2009 condujeron a la declaratoria del Parque como zona de conservación. Al año siguiente, en 2010, la entidad creo el Sistema Regional de Áreas Protegidas (Sirap) y a partir de este comenzó un intenso trabajo para vincular a la comunidades vecinas de cada ecosistema a las labores de cuidado, prevención y educación lo que facilitó luego la creación del Comité Regional de Áreas Protegidas.

Mélida es una de sus integrantes y aunque no recibe sueldo y a veces se siente sola por la desmotivación de algunos de sus coequiperos, al ver que no hay una compensación económica, persiste y agradece al director de la Corporación, Ricardo López Dulcey; y al coordinador del Sirap, Hugo Armando Díaz, por tenerla en cuenta y confiar en su criterio para representar con sacrificio, dignidad y valentía a la fauna y a la flora que crecen y se desarrollan tanto en el Parque como en la Reserva.

Además de la capacitación en temas ambientales que ha recibido de Corpoboyacá, Mélida no desaprovecha ningún curso que se ofrezca en Moniquirá y gracias a este interés por prepararse en 2009 logró culminar su bachillerado a través del programa Alianza Educativa por Colombia del gobierno nacional y luego se formó como guía turística. Precisamente la guianza y la elaboración de sombreros artesanales le han permitido hacer su aporte a la economía familiar.

Ella es una mujer que sorprende por su entusiasmo y la firmeza de su carácter. Luego de dos horas de recorrido se mantiene incólume. Su paso es demoledor y su mirada determinante y esas cualidades, que valoran sus amigos, son las mismas que incomodan a sus contradictores, especialmente por la obstinación de sus posturas a favor del agua, del bosque y de la vida.

A sus 48 años ya tiene claro que les legará a sus siete hijos. Mientras otros piensan en dejarles dinero y propiedades, ella sueña con heredarles aire puro para respirar y agua limpia para beber. “Lo demás – dice evocando el pasaje bíblico – vendrá por añadidura”.

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