En Arcabuco (Boyacá) varias familias campesinas cambiaron la forma en que cultivan sus hortalizas. Dejaron a un lado los fertilizantes químicos y preparan bioinsumos con residuos orgánicos de sus predios.
En Casanare hay un movimiento a favor de las reservas naturales de la sociedad civil y de la ganadería regenetativa. En municipios como Tauramena, Paz de Ariporo y Trinidad finqueros están diversificando sus potreros con árboles nativos e implementando el pastoreo rotacional para recuperar la salud del suelo y mejorar la alimentación de sus vacas. Ambos hacen parte de un movimiento silencioso pero creciente: la apuesta por la agricultura y la ganadería regenerativas.
No se trata solo de producir alimentos. Es un modo de restaurar lo que durante décadas se degradó: suelos agotados, fuentes de agua contaminadas, biodiversidad en retroceso y comunidades rurales excluidas.
La agricultura regenerativa parte de un principio sencillo: devolverle al suelo su vitalidad.
Según Rainforest Alliance, una ONG norteamericana dedicada a la protección de los bosques, esta práctica busca mejorar la fertilidad, aumentar la materia orgánica y favorecer la biodiversidad a partir de acciones como la rotación de cultivos, el uso de abonos naturales y la cobertura vegetal permanente.
En ganadería, el manejo holístico de los pastos permite que la tierra recupere nutrientes, que el agua se infiltre mejor y que los microorganismos vuelvan a equilibrar el ecosistema subterráneo.
Un estudio citado por Contexto Ganadero, una publicación colombiana especializada en el tema, asegura que esta estrategia no solo mejora la productividad, sino que reduce costos, hace más eficiente el uso del territorio y aumenta la rentabilidad.
Al principio hay desconfianza por lo que significa cambiar una metodología de trabajo heredada de abuelos y padres, pero cuando los productores empiezan a evidenciar los cambios, a ver que las vacas engordan más con menos concentrado y que los potreros reverdecen después de un ciclo prudencial de descanso, los ganaderos comprenden que la naturaleza tiene sus propios tiempos.
Agua: el tesoro que vuelve a brotar
El agua es quizá el recurso más impactado por los sistemas de producción convencionales. Escorrentías cargadas de fertilizantes y plaguicidas han contaminado quebradas y humedales en todo el país, y Boyacá y Casanare no son la excepción.
En contraste, los suelos regenerativos funcionan como esponjas: retienen humedad, recargan acuíferos y garantizan caudales más estables.
De ahí la relevancia de experiencias como Conectando Páramos, una alianza entre Swissaid Colombia y Convite Campesino. Gracias a esta articulación de esfuerzos, cultivadores de Arcabuco, Cómbita y Chíquiza han adoptado prácticas agroecológicas que fortalecen la seguridad alimentaria y, al mismo tiempo, protegen nacederos y ríos que abastecen a comunidades enteras.
Biodiversidad que regresa
En potreros diversificados con árboles, aparecen aves que antes habían desaparecido. En cultivos libres de agroquímicos reaparecen abejas y mariposas. La regeneración abre espacio para que la fauna encuentre alimento, refugio y corredores de movilidad.
Rainforest Alliance enfatiza que estos sistemas no solo buscan producir, sino también restaurar la relación entre lo humano y lo silvestre. En términos prácticos, significa sembrar cercas vivas, proteger relictos de bosque, dejar franjas de vegetación junto a las quebradas y combinar producción con conservación.
La captura de carbono es una de las ventajas menos visibles, pero más urgentes. Suelos sanos y cubiertos de vegetación retienen más CO₂, ayudando a mitigar la crisis climática. Además, la menor dependencia de insumos sintéticos reduce emisiones y contaminación atmosférica.
Más que técnica, una transformación cultural
El auge de la agricultura y la ganadería regenerativas no está libre de retos: requiere formación técnica, inversión inicial, acceso a mercados diferenciados y, sobre todo, un cambio de mentalidad en productores, consumidores e instituciones. Las experiencias muestran que es posible.
La evidencia es clara: la regeneración de suelos fortalece la resiliencia de los ecosistemas, mejora la productividad campesina, protege el agua y devuelve vida a los paisajes. No es una receta mágica ni una moda pasajera: es una forma de reconciliarnos con la tierra.
En un país donde los páramos abastecen a más del 70 % de la población y donde la deforestación avanza sobre bosques y ríos, estas prácticas no son una alternativa: son una necesidad.
Regenerar significa sembrar futuro. Y en Colombia, ese futuro ya está germinando en manos de quienes, desde sus fincas y comunidades, decidieron producir cuidando la vida.
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